Monday, October 29, 2007

UN MALETÍN LITERARIO PARA LOS NIÑOS CHILENOS

Un par de semanas atrás, la comisión elegida por el Ministerio de Educación de Chile propuso una lista de cuarenta y nueve títulos para ser incluidos en el maletín que, a partir de abril del próximo año, será distribuido a ciento treinta y tres mil familias de escasos recursos con niños entre en los primeros cursos de básico. Por esas mismas fechas, en Bolivia se consolidaba una propuesta para escoger las diez obras fundamentales de la literatura boliviana, con el objetivo de editarlas como punto de partida de una Biblioteca Nacional. Seguro que medidas similares se están tomando en otros países.
No es extraño que esto ocurra hoy. Las influencias dispersas que reciben los niños, el hecho de que lo que ven en internet, el cine y la televisión sea sobre todo cultura popular norteamericana, hace que nos planteemos cuáles son los textos nacionales y extranjeros que deberíamos leer todos en un país, de modo que nos entendamos. Somos en esto todavía algo anacrónicos: seguimos discutiendo de libros centrales en la cultura, cuando la misma cultura parece haberse desplazado a otras partes harto más eléctricas. ¿No debería haber una comisión para crear maletines de DVDs, discos compactos, y, ya que estamos, los mejores videos en YouTube?
La lista del maletín es tan ecléctica como los miembros de la comisión (que incluye a esos grandes rebeldes, Alberto Fuguet y Rafael Gumucio, como para decirnos que en Chile hasta los iconoclastas son parte del empeño común). Hay cultura alta y cultura popular; hay novelas, cuentos “infantiles”, historietas, poesías, tradiciones y leyendas, hay nombres que no sorprenden a nadie (Neruda), autores sorpresivos (Tim Burton), y autores sobre cuyos méritos literarios los críticos todavía no se ponen de acuerdo (Isabel Allende, Hernán Rivera Letelier). Es difícil encontrar un patrón en los títulos elegidos; sí abundan las obras con cierto tipo de enseñanza --no necesariamente una fácil moral— acerca de la vida o una cultura (las fábulas de Esopo, los cuentos de Wilde y Kiwala y la luna, sobre costumbres andinas), y los textos de aventuras con personajes emblemáticos (La isla del tesoro, Asterix, incluso El guardián en el centeno). Hay un esfuerzo notable por incluir a la cultura mapuche y a las andinas del norte como parte del imaginario del niño chileno; igual, la lista es sobre todo la de un país que se ve como parte no necesariamente periférica de Occidente; Chile, un país tan de cara al Pacífico, ¿no debería leer a más autores asiáticos?
Desde el siglo XIX que una de las misiones centrales de los gobiernos sudaméricanos ha sido pedagógica: cómo educar a sus ciudadanos en los valores de responsabilidad ciudadana y buenos modales. Pese a sus notables excepciones, esta lista es parte de ese esfuerzo. Yo reconozco que lo que me dieron a leer en colegio me influyó en gran manera (Borges, Kafka, Cervantes), pero que también me pasó lo que a muchos niños y adolescentes: disfruté más de lo que no se me obligó a leer, de lo que cayó en mis manos por pura casualidad (Salgari, novelas policiales). Quizás, para fomentar de veras la lectura, lo que el gobierno de Chile debería hacer es crear una comisión encargada de redactar una lista de los libros que no se deberían leer, eso sería entender de veras la psicología infantil y adolescente. Aun recuerdo el momento crucial en que mi madre me dijo que no debía leer a Shakespeare porque había mucha sangre y morbo en sus páginas,: ¡ah, cómo adquirió valor ante mis ojos un viejo autor clásico, qué ganas me dieron de leerlo de inmediato!

Thursday, October 18, 2007

EL NOBEL A LESSING, AL INGLÉS Y A EUROPA

Días antes de la concesión del Premio Nobel de literatura, se podía escuchar en el mundillo literario un lugar muy común: el ganador no sería un conocido de todos como Philip Roth o Mario Vargas Llosa, sino un poeta desconocido de Singapur, dada la preferencia de la Academia Sueca por premiar a escritores de literaturas poco conocidas, y por sorprender con sus decisiones.
La concesión del premio a la británica Doris Lessing indica que es hora de revisar nuestros lugares comunes. Si hay una tendencia clara en este Nobel, es el de privilegiar al inglés como la lengua literaria central de nuestro tiempo, y de dar un papel preponderante a la cultura europea. De los últimos siete ganadores del Nobel, cuatro escriben en inglés: Lessing, Harold Pinter, J.M. Coetzee, V. S. Naipaul. Europa: nueve de los últimos trece ganadores son escritores del continente: Lessing, Pinter, Elfriede Jellinek, Imre Kertész, Gunter Grass, José Saramago, Dario Fo, Wislawa Szymborska, Seamus Heaney. Los escritores no europeos comienzan a ver con nostalgia la década que va de mediados de los ochenta a mediados de los noventa, cuando ellos tenían más chance: eran los tiempos de Kenzaburo Oe, Toni Morrison, Derek Walcott, Nadine Gordimer, Octavio Paz, Wole Soyinka, Naguib Mahfouz (ya en esa época predominaban los que escribían en inglés).
Todo esto nos lleva a la vieja discusión acerca de la arbitrariedad de que sean unos académicos suecos los encargados de dar el premio literario más importante de la historia. Algunos críticos señalaban que estaba bien que fuera un país de una literatura periférica en Occidente el encargado de dar el premio; ¿se imaginan qué hubiera pasado si los responsables eran los franceses, los ingleses, los norteamericanos? Está claro, sin embargo, que, periféricos y todo, los suecos son de Occidente, y leen y admiran sobre todo a autores de su continente, y leen mucho en inglés y si no, tienen a todos los escritores importantes que escriben en inglés traducidos al sueco. Y no les importa ser políticamente incorrectos, así que los escritores de las grandes metrópolis de Occidente están en buenas manos. Digan lo que digan las casas de apuestas inglesas, para años futuros está claro que Claudio Magris, Cees Noteboom, Hugo Claus y John Banville tendrán más chances de ganarlo que Adonis o Ko Un.
Todo lo cual, por supuesto, no le quita ningún mérito a Doris Lessing, una de las candidatas más fijas de los últimos treinta años. Lessing, nacida en 1919 en Persia (hoy Irán), se crió en Rhodesia (hoy Zimbabwe), y se mudó a Londres en 1950, año en que publicó su primer libro, Canta la hierba, muy duro con las injusticias del colonialismo en África. Con los años, su crítica se fue centrando en el racismo, el clasismo y el rol subordinado de la mujer en la Inglaterra de su tiempo. Por todos esos detalles de su biografía, algunos críticos dicen que Lessing no es una escritora inglesa sino, en realidad, una “escritora global”. Tonterías: tal como están las cosas, con tanta migración hoy, casi todos los escritores podrían ser considerados “globales”, con lo cual esa categoría se torna vacía.
Doris Lessing saltó a la fama en 1962 con El cuaderno dorado, una novela que reimagina de manera agresiva el papel de la mujer en la sociedad contemporánea e influye en las reivindicaciones del movimiento feminista en la década del sesenta. Si bien ya fue finalista del Booker en 1971, los premios importantes comenzaron a llegar en 1976, con el Medicis; después vendrían el Grinzane Cavour, el James Tait Black, el Príncipe de Asturias… Uno de los aspectos menos conocidos de su carrera es su serie de novelas de ciencia ficción “Canopus en Argos”, publicadas entre 1979 y 1983. Estas novelas, que muestran la influencia del pensamiento sufí en Doris Lessing, fueron rechazadas en su momento por la crítica, pero hoy son fundamentales para entender la evolución de una narrativa que se fijaba en el lugar específico del individuo en la historia, a una que privilegia el intento por trascender la conciencia individual y la historia.
Casi toda la obra de Lessing ha sido publicada en español por Ediciones B y Bruguera, aunque en la feria de Frankfurt se ha confirmado que su nueva novela, La hendidura, será publicada por Lumen.