Sunday, June 10, 2007


SETENTA Y CINCO AÑOS DE VALIENTE MUNDO NUEVO

En 1988 llegué a los Estados Unidos y, para mejorar mi inglés, me puse a leer novelas de ciencia ficción y de detectives, pues no tenían un vocabulario muy complejo. Así descubrí a William Gibson (Neuromancer) y a Philip Dick (Do Androids Dream of Electric Sheep?). Después, algo más seguro en mi dominio del lenguaje, me animé por novelas clásicas de ciencia ficción, escritas por autores “respetables”: en mis viajes en bus para jugar fútbol por la universidad de Alabama, leí Brave New World y 1984. Las dos novelas me impresionaron, aunque hoy la historia que más recuerdo es la que contaba Dick.
“Brave new world” pertenece a una frase de Shakespeare en La Tempestad, pero fue gracias a la novela de Huxley que se popularizó. Hoy se ha vuelto un cliché: es lo que dicen los críticos y analistas en tono irónico cuando, por ejemplo, se enteran de algún avance tecnológico que ayuda a deshumanizar aun más nuestra sociedad. En español, la frase fue apropiada por Carlos Fuentes y perdió la ironía, el tono desesperado. Nosotros somos el “mundo nuevo” y, por lo tanto, la verdadera y esperanzada sociedad del futuro.
El principal problema de Brave New World es que no hay trama digna de recordar, no hay personajes conmovedores. Quizás por eso es que hay pocas adaptaciones cinematográficas de la novela, y las películas recientes influidas por ella –Equilibrio, La isla—son, bueno, poco dramáticas. Me doy cuenta del dilema: si Huxley quería describir una sociedad anestesiada por el uso de pastillas y un hedonismo sin control, le era poco menos que imposible crear personajes llenos de vida.
Lo que se recuerda de la novela, lo que la mantiene vigente, es su capacidad predictiva. Huxley describe una sociedad en la que la gente, separada de acuerdo a una rígida estructura de clases –Alfa, Beta, Gamma, Delta y Epsilon--, es condicionada a no cuestionar la clase que le ha tocado en suerte. Para crear esta sociedad, Huxley fue influido por el movimiento eugénico de principios del siglo XX, que tenía como objetivo escoger a los seres de mayor “calidad racial” para que, al reproducirse, pudieran mejorar la calidad de la raza (el movimiento eugénico conduce directamente a Auschwitz).
Hay en Brave New World una parodia de la rígida estructura de clases inglesa, pero también la alarma ante la aparición de una sociedad cuya felicidad es programada por el gobierno y los laboratorios químicos. La gente, para mantenerse feliz, toma una droga llamada soma y que hoy podría considerarse un antidepresivo. Ya no hay reproducción natural, todos los bebés son de probeta. En este mundo, hay poco espacio para el individuo. No es casual que la gente, en vez de decir “Nuestro Dios”, diga “Nuestro Ford”. El fordismo, la revolución capitalista a través de la producción en masa de bienes, es el símbolo de esta sociedad deshumanizada en que los trabajadores se convierten en partes anónimas de la gran maquinaria industrial.
Brave New World no se ha convertido en una novela clásica por la calidad de su lenguaje o por la historia que cuenta o sus personajes. La novela es un clásico porque Huxley se atrevió a imaginar un futuro de pesadilla y encontró la forma de hacerlo verosímil. Nosotros, día a día, ayudamos a que Huxley sea cada vez más relevante.

Sunday, June 03, 2007


EINSTEIN: UNA BIOGRAFÍA

Nadie les gana a los anglosajones en el arte de escribir una buena biografía. Sus biografías son libros gruesos en los que uno se entera de todo lo que quiso saber y mucho más sobre algún ícono del arte o la política o la ciencia. Descubrimos viajes a playas favoritas, enfermedades raras en la infancia, colores que los obsesionaban. Las biografías avanzan como si el lector tuviera todo el tiempo del mundo, a veces día a día, a veces semana a semana en la vida del biografiado. Incluso los tiempos muertos, aquellos meses o años en los que no pasan nada –reconozcámoslo: hasta los personajes más importantes de la historia han tenido tiempos muertos en sus vidas--, son narrados al detalle. Simplemente, para un biógrafo anglosajón, el concepto del tiempo muerto no existe.
Pienso en estas cosas al terminar de leer Einstein: His Life and Universe (New York: Simon & Schuster, 2007), la nueva biografía de Walter Isaacson. Isaacson ya había demostrado su capacidad para el género con su magnífico trabajo sobre Benjamin Franklin. Einstein no decepciona. Si bien el padre de la teoría de la relatividad es, de lejos, el científico más conocido hoy, la apertura de los archivos con toda su correspondencia privada le permite a Isaacson entregarnos a un Einstein más complejo del que conocíamos hasta ahora.
Albert Einstein nació el 14 de marzo de 1879 en Ulm, una ciudad que formaba parte del nuevo Reich alemán. Era un niño solitario al que le costaba mucho hablar; padecía de ecolalia, lo que le obligaba a repetir frases para sí antes de pronunciarlas. Este dificultad se fue transformando en una virtud: Einstein pensaba en imágenes. Esas imágenes fueron fundamentales para popularizar sus teorías; en vez de complejas ecuaciones matemáticas, Einstein hablaba de trenes en movimiento, de rayos, de ascensores en caída libre.
A los 4 o 5 años, Einstein tuvo una experiencia con una brújula que lo dejó fascinado. El movimiento de la aguja magnética le hizo ver que había un orden oculto detrás de las cosas. A los 16, Einstein tuvo la primera intuición relacionada con la teoría de la relatividad, al imaginarse cómo sería correr junto a un rayo de luz. Los lugares comunes de que Einstein no era un buen estudiante están equivocados; era el mejor alumno, y a los 13 ya había leído a Kant, a Hume y a Mach.
Einstein fue un rebelde contra todo tipo de institución autoritaria; su individualismo lo llevó a renunciar al judaísmo y a la ciudadanía alemana a los 16 años: “el respeto ciego por la autoridad es el gran enemigo de la verdad”, diría. En esa época, el gran científico era un adolescente muy guapo que atraía a las mujeres. Cuando comenzó a estudiar en el Politécnico de Zurich, en 1896, fue una decepción para sus padres que tuviera como novia a Mileva Maric, una compañera de estudios. No podían entender que un hombre tan atractivo saliera con una mujer inteligente pero fea: “necesitas una esposa, no un libro”, decía su mamá. Hubo escándalo cuando Albert decidió casarse con Mileva.
Eistein se graduó del Politécnico en 1900. Sorprende descubrir que no le fue fácil conseguir un trabajo académico; de hecho, tuvo que esperar hasta 1909, cuatro años después de publicar sus trabajos que lo hicieron célebre, para que se le ofreciera un puesto en la universidad de Berlín. Algunos piensan que no conseguía trabajo debido a su judaísmo, al que había vuelto con fuerza al ver el creciente antisemitismo en los países donde se hablaba alemán; otros, que su desdén por la autoridad le hizo tener relaciones muy tensas con aquellos profesores que podían haber recomendado su nombre para algún puesto. Así, Einstein comenzó a trabajar en 1902 como inspector de patentes en Berna. A la larga, ese puesto sería más importante que cualquier trabajo académico, pues le permitiría gozar de una libertad que las convenciones académicas no le darían.
1905 fue el “año milagroso” de Einstein, pues publicó los trabajos sobre la relatividad que cambiarían la forma en que se entendían las leyes de funcionamiento del universo. Como dato anecdótico, lo que hoy conocemos como E+mc2 era incialmente L=mV2. Einstein, ya convertido en una figura icónica, el primer ciéntifico de la nueva era del culto de la celebridad, recibió el Nobel en 1922. Es interesante ver cómo, con los años, el gran iconoclasta se convirtió en un conservador; cuando apareció la física cuántica, Einstein no la aceptó, y se pasó la vida tratando de probar su falsedad. Relatividad y todo, Einstein creía en que había leyes ordenadas que regían el funcionamiento del universo, y no entendía esta nueva teoría basada en cálculos de probabilidades y el azar. Einstein dijo: “Dios no juega a los dados con el universo”. Lo que no se sabe tanto es que, al escuchar esas frase, Niels Bohr dijo: “Albert, basta de decirle a Dios lo que tiene que hacer”.
Isaacson es excelente a la hora de explicar de manera inteligible conceptos físicos complejos. Estas explicaciones se van alternando con la atención a la vida privada de Einstein. Es un lugar común, pero es cierto: al hombre que pudo entender el universo le costaba comprender el corazón humano. Sus relaciones con las mujeres fueron complejas, y solían terminar en fracaso. Como no estaba casado con Mileva cuando ella se embarazó la primera vez, dieron a su primera hija en adopción; nunca se supo qué fue de la niña. Después tuvo dos niños con Mileva, con los que tuvo relaciones tempestuosas, sobre todo después de su divorcio con Mileva. Se casó con Elsa, una mujer muy burguesa que, a diferencia de Mileva, decía que no necesitaba entender la teoría se la relatividad para ser feliz al lado de Albert. Igual, Einstein siguió teniendo amoríos.
Cuando Hitler llegó al poder, en 1933, Einstein se fue de Alemania (en ese entonces vivía en Berlín), y se instaló en Princeton. En los veintidós años que le quedaban de vida, se convirtió en ciudadano norteamericano y nunca viajó fuera de los Estados Unidos. Se obsesionó por intentar encontrar una teoría general que unificara tanto la de la relatividad como la física cuántica, pero fracasó en el intento. No importaba. El hombre modesto al que le gustaba viajar en tercera en los trenes, el que prefería dormir en los sofás de las casas de sus amigos a las suites que le ofrecían en las invitaciones, el que ayudaba en las tareas a las niñas de su barrio en Princeton, el científico distraído que no usaba calcetines y no iba a la peluquería, “el lector de la mente del creador del cosmos, el cerrajero de los misterios del átomo y del universo”, ya no necesitaba descubrir nada más.