
SETENTA Y CINCO AÑOS DE VALIENTE MUNDO NUEVO
En 1988 llegué a los Estados Unidos y, para mejorar mi inglés, me puse a leer novelas de ciencia ficción y de detectives, pues no tenían un vocabulario muy complejo. Así descubrí a William Gibson (Neuromancer) y a Philip Dick (Do Androids Dream of Electric Sheep?). Después, algo más seguro en mi dominio del lenguaje, me animé por novelas clásicas de ciencia ficción, escritas por autores “respetables”: en mis viajes en bus para jugar fútbol por la universidad de Alabama, leí Brave New World y 1984. Las dos novelas me impresionaron, aunque hoy la historia que más recuerdo es la que contaba Dick.
“Brave new world” pertenece a una frase de Shakespeare en La Tempestad, pero fue gracias a la novela de Huxley que se popularizó. Hoy se ha vuelto un cliché: es lo que dicen los críticos y analistas en tono irónico cuando, por ejemplo, se enteran de algún avance tecnológico que ayuda a deshumanizar aun más nuestra sociedad. En español, la frase fue apropiada por Carlos Fuentes y perdió la ironía, el tono desesperado. Nosotros somos el “mundo nuevo” y, por lo tanto, la verdadera y esperanzada sociedad del futuro.
El principal problema de Brave New World es que no hay trama digna de recordar, no hay personajes conmovedores. Quizás por eso es que hay pocas adaptaciones cinematográficas de la novela, y las películas recientes influidas por ella –Equilibrio, La isla—son, bueno, poco dramáticas. Me doy cuenta del dilema: si Huxley quería describir una sociedad anestesiada por el uso de pastillas y un hedonismo sin control, le era poco menos que imposible crear personajes llenos de vida.
Lo que se recuerda de la novela, lo que la mantiene vigente, es su capacidad predictiva. Huxley describe una sociedad en la que la gente, separada de acuerdo a una rígida estructura de clases –Alfa, Beta, Gamma, Delta y Epsilon--, es condicionada a no cuestionar la clase que le ha tocado en suerte. Para crear esta sociedad, Huxley fue influido por el movimiento eugénico de principios del siglo XX, que tenía como objetivo escoger a los seres de mayor “calidad racial” para que, al reproducirse, pudieran mejorar la calidad de la raza (el movimiento eugénico conduce directamente a Auschwitz).
Hay en Brave New World una parodia de la rígida estructura de clases inglesa, pero también la alarma ante la aparición de una sociedad cuya felicidad es programada por el gobierno y los laboratorios químicos. La gente, para mantenerse feliz, toma una droga llamada soma y que hoy podría considerarse un antidepresivo. Ya no hay reproducción natural, todos los bebés son de probeta. En este mundo, hay poco espacio para el individuo. No es casual que la gente, en vez de decir “Nuestro Dios”, diga “Nuestro Ford”. El fordismo, la revolución capitalista a través de la producción en masa de bienes, es el símbolo de esta sociedad deshumanizada en que los trabajadores se convierten en partes anónimas de la gran maquinaria industrial.
Brave New World no se ha convertido en una novela clásica por la calidad de su lenguaje o por la historia que cuenta o sus personajes. La novela es un clásico porque Huxley se atrevió a imaginar un futuro de pesadilla y encontró la forma de hacerlo verosímil. Nosotros, día a día, ayudamos a que Huxley sea cada vez más relevante.