Sunday, May 06, 2007


LA OTRA CASA DE JORGE EDWARDS

El campo literario es un escenario de guerra. Las críticas y los ataques de escritores a otros escritores no suelen ser gratuitos; se trata de bajar a alguien de cierto lugar privilegiado, para, a través de una maniobra envolvente, intentar instalarse luego en ese lugar. Como me lo sugirió Lina Meruane un par de semanas atrás en Nueva York, el escritor contemporáneo que entendió esto mejor que nadie fue Roberto Bolaño; no de otro modo deben leerse sus descalificaciones a José Donoso, a Diamela Eltit, a tantos otros. A veces tuvo razón, pero eso no importa tanto como el mecanismo de ataque agresivo que instaló en el mundillo literario chileno.
En ese panorama, el nuevo libro de Jorge Edwards, La otra casa: ensayos sobre escritores chilenos (Santiago: U. Diego Portales, 2006), es una gozosa anomalía. Edwards demuestra que se puede ser crítico y a la vez generoso; que rechazar con elegancia no significa quitarle ardor a la mirada. Está claro, por ejemplo, que a Edwards no le gusta Juan Emar (hay en él “cierta indiferencia frente al arte de la literatura”), pero eso no le impide reconocer su talento. En cuanto a su lugar, Edwards escribe con la seguridad del que sabe que, si bien todas las glorias son efímeras, no hay necesidad de pelear por algo que ya está bien ganado.
El libro recopila textos escritos durante los últimos treinta años. Edwards se fija en escritores consagrados a nivel continental (Mistral, Donoso, Huidobro, Rojas, Parra, Neruda) y en otros desconocidos para lectores no chilenos (Coloane, Oyarzún, Heiremans). Excepto Bolaño, no hay artículos dedicados a escritores de las generaciones más recientes (desde Eltit y Lemebel a Franz y Fuguet). En La otra casa se encuentra una rara mezcla de lúcido análisis crítico y capacidad narrativa para el detalle o la anécdota reveladores. Lucidez crítica: al hablar de Huidobro, Edwards encuentra una “clara afinidad” entre la “memoria profunda” de los vanguardistas y la “memoria involuntaria de Proust”, y así enlaza a escritores que en principio no tienen mucho que ver: Proust y Breton, Proust y Huidobro. No coincido en ver a Bolaño como un "anti-novelista" (en un reciente artículo en El País, Javier Cercas señala que Bolaño, más bien, era un novelista por excelencia), pero al menos Edwards tiene argumentos de peso para defender su postura. Capacidad narrativa: Edwards se encuentra con Borges a comienzos de los ochenta. Borges le pregunta a Edwards por Joaquín Edwards Bello; luego le dice que recuerda de un libro de Edwards Bello estas cosas: el título y el nombre del personaje principal. “Es mucho, ¿no?”, concluye Borges, lapidario. En todos los casos, Edwards es un cronista de primer nivel, capaz de entregarnos en pocas páginas perfiles nítidos de los escritores que pasan por su pluma.
Edwards encuentra una relación fundamental entre la obra y el espacio geográfico y cultural de donde proviene el autor. La poesía de Neruda es del “sur verde, acuático”; Gonzalo Rojas, “oriundo de un sur más duro, representa una visión poética más sombría” (110). Se puede entender mejor la rebelión de Huidobro debido a que proviene “de los círculos más cerrados del feudalismo criollo” (71). Parra es de “Chillán adentro, de las tierras donde Violeta, su hermana, encontró los cantares a lo humano y a lo divino, donde se inspiró él para escribir ‘La cueca larga’” (105). Esta relación puede ser algo determinista, y no funciona para todos los autores: ¿de dónde, por ejemplo, vendría la obra tan extraterritorial de Bolaño?
En el tema de los espacios, el ensayo “La otra casa de José Donoso” es clave. Edwards comienza analizando cómo se puede leer el cambio narrativo que supuso la narrativa chilena de mediados del siglo veinte a partir de su fascinación por “salas en penumbra, por recintos húmedos, por laberintos polvorientos, más o menos desgarrados” (132). Se trata, por supuesto, de la metáfora de la decadencia de una clase. Allí, Edwards se detiene en la evolución de Donoso, que va desde la casa familiar de Coronación, a la casa claustrofóbica de El obsceno pájaro de la noche y a la alegoría pura y dura de Casa de campo: la casa de los Ventura es Chile y su historia, desde las guerras de la colonia hasta los años represivos de la dictadura.
Pero es otra la casa de Donoso a la que en el fondo se refiere Edwards. Es la de Calaceite, ese pueblo español donde Donoso escribió buena parte de su obra. Ese pueblo hermoso pero hostil –“un ventisquero en invierno, en verano un horno irrespirable”--, es la casa de la vocación literaria. Para refugiarse en Calaceite y dedicarse a escribir uno debe en verdad estar enfermo de literatura. Donoso lo estaba, como lo estaba Wacquez, otro refugiado en Calaceite, y como lo está Edwards, ese gran escritor que sabe hablar tan bien de, parafraseándolo, la utilidad de lo inútil (es decir, de la literatura).

2 Comments:

At 9:49 AM , Blogger Bisama said...

edmundo: buena tu lectura de edwards. la otra casa es un libro shileno shileno en el sentido más hogareño del término. pero hay algo más: en cierto modo edwards borra con el codo lo que escribe con la mano. entrevistado por la tercera hace unas semanas ordena el canon, entrega bendiciones y maldiciones y demuestra que su limbo -aquel extraño espacio desde donde ve el panorama completo de la literatura chilena- está más cerca del infierno que del cielo. eso. un abrazo.

a.

pd: ¿leiste caja negra?

 
At 3:57 PM , Blogger Edmundo Paz Soldán said...

hola álvaro, gracias por el comentario. hace rato que leí tu novela, envíame tu email para que te la comente. un abrazo

 

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