JOHN BANVILLE Y BENJAMIN BLACK: EL OTRO, EL MISMO
Cuenta el escritor irlandés John Banville que, en un momento de su vida en que se encontró bloqueado, sin poder escribir, conoció a Benjamin Black “en un edificio de departamentos anónimos justo enfrente del río del Bar Temple”, en el barrio latino de Dublín. La atmósfera de Black la componían “niebla, carbón, arena, vapores de whisly y humo viciado de cigarrillo”. Así se podía entender que el mundo de la primera novela policial de Black, Christine Falls, fuera un descendiente directo de las novelas existencialistas de Simenon.
Black es el seudónimo usado por Banville para escribir novelas policiales con el patólogo forense Quirke como protagonista, o mejor, en palabras de Banville, “Black es una buena manera de ser otro sin dejar de ser el mismo”. ¿Las formas de ser otro? Black le dice a Banville cuáles son las diferencias principales en la ficción de ambos: “Tú dedicas tus páginas a la especulación de por qué este o aquel personaje hizo esta o aquella acción sin nunca dar la más mínima respuesta. Ese es tu tipo de fenomenología, si me permites una de las grandes palabras por las cuales eres criticado. Mi camino es por el camino de la acción. Lo que mi gente hace es lo que son, ¿sabes que uno de tus títulos, El libro de las pruebas, habría sido mejor usado por mí? Tu libro piensa; mi mirada, mira y reporta, ¿verdad?”
Con todo, hay cosas que no cambian en el paso de Banville a Black. El ganador del Booker por El mar y autor de novelas tan notables como Eclipse, uno de los estilistas más destacados de la literatura contemporánea en inglés, mantiene como Black la calidad de su prosa, su capacidad para crear atmósferas y encontrar el detalle capaz de condensar la vida interior de un personaje. Christine Falls no es una novela policial más; es un magnífico tratado de escritura creativa. Cada frase está viva, y tiene una especificidad que salta de las páginas y nos convence, una vez más, que el genero policial puede ser alta literatura si cae en manos apropiadas.
En los primeros párrafos, nos enteramos que Quirke era un huérfano adoptado por un juez poderoso, y que tiene una relación tensa con su hermano adoptivo, el ginecólogo Malachy, pues éste se casó con la mujer que Quirke amaba. Cuando Quirke descubre a Malachy alterando el certificado de defunción de una mujer llamada Christine Falls, todo está preparado para una trama intensa (y engañosa) sobre la rivalidad entre hermanos. Quirke investigará la muerte de Christine, y se enterará de una siniestra conspiración de adopciones que va de Irlanda a Boston y en la que se hallan involucrados miembros de la jerarquía católica.
Eso no es todo: el lector también descubrirá la verdad acerca del padre y la hija de Quirke. Pese a que Benjamin Black dice que lo suyo es la acción, cada personaje que aparece en la novela está explorado a fondo, tiene textura. Christine Falls es una contradicción: está escrita para ser leída de una sentada, y a la vez no hay frase en la que uno no quiera detenerse para saborearla.
Quirke es un hallazgo. El patólogo prefiere a los muertos que a los vivos; incluso dice admirar a los cadáveres, “these wax-skinned, soft, suddenly ceased machines”. Su trabajo es descubrir la causa de la muerte: “for him, the spark of death was fully as vital as the spark of life”. En esas palabras se condensa toda una forma de ver el mundo, la angustia existencial de los fantasmagóricos personajes de Banville transmutada en una visión que no deja de ser sombría, pero que esta vez está aplicada a resolver el caso práctico de un ser convertido en fantasma por culpa de otro.
Benjamin Black dice que está a punto de terminar la segunda novela con Quirke como protagonista. Bienvenida sea.
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