UNA NACIÓN DE HIKIKOMORIS
La primera vez que escuché el término hikikomori fue en Wisconsin, en una conferencia del novelista colombiano Mario Mendoza. Hacía referencia a un millón de jóvenes japoneses que habían decidido rechazar su sociedad y encerrarse a vivir en sus cuartos, muchas veces incluso cubriendo las ventanas con cortinas negras. ¿Un millón? Pensé que se trataba de una exageración. Luego leí en el blog de Alberto Fuguet una mención a Shutting Out the Sun: How Japan Created Its Own Lost Generation (Vintage, 2006), un libro del periodista Michael Zielenziger que intentaba explicar el fenómeno de los hikikomori. Intrigado, leí el libro. El fascinante trabajo de Zielenziger me ha servido para entender mejor a ese complejo país lllamado Japón, especular acerca de una de las paradojas de la sociedad contemporánea (a mayor comunicación, mayor aislamiento), y preguntarme acerca de la posibilidad de que otras sociedades desarrolladas se pierdan en el camino del progreso y la prosperidad, por falta de estrategias de cohesión social.
Para Zielenziger, la patología del hikikomori es misteriosa, pues no se trata de un desorden mental ni tiene equivalentes en otras culturas. Se trata más bien de un desorden social: los hikikomori son generalmente hombres muy inteligentes que han decidido por cuenta propia abandonar la sociedad japonesa; no padecen depresión ni su deseo de rechazar a la gente tiene algo que ver con la agorafobia; prefieren quedarse en sus casas y dedicarse a leer, jugar videojuegos, navegar en la red, beber vodka y sochu (vodka japonés). No trabajan ni van al colegio o la universidad.
Zielenziger entiende a los hikikomori como producto de la conformidad, insularismo y homogeneidad del Japón. En un país en el que no ha habido las revoluciones políticas, sexuales y de género de Occidente, en el que la mezcla racial está prácticamente prohibida debido a draconianas leyes de inmigración, en el que se ha dependido mucho del modelo norteamericano durante los años de la postguerra, ser diferente se paga con el rechazo. Los adolescentes japoneses que muestran formas de conducta y una sensibilidad diferente en la escuela, son, en general, abusados verbal y físicamente por sus compañeros (con el añadido de que, cuando eso ocurre, los padres terminan justificando los abusos a los que están siendo sometidos sus hijos). Ante esos abusos, muchos de esos jóvenes comienzan a tener miedo a ir al colegio, y, poco a poco, van dejándolo. Se quedan en sus casas, y utilizan a sus padres como único contacto con el mundo. En los casos más extremos, dejan de hablar con sus padres y se comunican con ellos a través de mensajes escritos en papeles (los padres, avergonzados ante la situación, no acuden a nadie en busca de ayuda, y financian la vida parasitaria de sus hijos).
“Los hikikomori son muchachos que valoran lo intangible”, dice la madre de uno de ellos. Y no hay mucho espacio para lo intangible en una sociedad tan materialista como el Japón, en la que no tampoco existe el concepto Occidental de “autoestima”. Cuando la economía comenzó a fallar después de la década próspera de los ochenta, la disfunción social y la rigidez del sistema japonés se mostraron incapaces de adaptarse a los desafíos de la globalización. En el capítulo más controversial del libro, Zielenziger, que también analiza otros temas para entender la dislocación social del país asiático –por ejemplo, la numerosa cantidad de mujeres profesionales que no quieren casarse--, utiliza el concepto del hikikomori como una metáfora para entender al Japón de hoy: ante el “aumento de la incertidumbre y el riesgo en el mundo”, el Japón, en vez de hacer como, digamos, Corea del Sur --adaptarse a los cambios y buscar un desarrollo independiente--, prefiere, como los hikikomori, “correr a refugiarse en el útero protector de su cuarto” (265).
Zielenziger exagera: no todos los seres diferentes en el Japón se convierten en hikikomoris; algunos se vuelven creadores de videojuegos, dibujantes de mangas, guionistas de animé. Esa creatividad artística es muy influyente en el mundo. Además, pese a que ya no domina como en los años ochenta, el Japón sigue siendo una superpotencia económica y cultural. Con todo, que haya un millón de hikikomoris no dice nada bueno del sistema japonés. Quizás la lección que otros países puedan sacar del caso japonés es que el desarrollo de un país no debe ser exclusivamente económico ni cultural; debe haber, también, una modernización de los prejuicios y las tradiciones, una flexibilidad mental que permita hacer frente a los nuevos desafíos del presente sin que ningún grupo social se sienta excluido del sistema.
14 Comments:
Fenómeno japones, ¡mis polainas! Yo conozco a un par de esos en Lima.
Che... y habrá de estos en mi amada La Paz, BOLIVIA??? O sea, con lo retraídos y vizcachas q son los aymaras...
BUSCO EDITOR
A ustedes, poderosos editores y escritores consagrados, les pido que me ayuden a ser parte del establishment. Deseo levantarme a las diez de la mañana, tomar mi zumo de naranja recién exprimido y unas tostadas con aceite. Luego darme un baño en la playa, pasear con mis perros, hacer el amor con mi mujer, y alrededor de las doce del mediodía, escribir dos cuartillas. Luego degustar el aperitivo, tener una conversación amena con mis amigos, seguido de un almuerzo gourmet. Después, como es lógico, para reparar fuerzas, una pequeña siesta. Y a eso de las cuatro de la tarde, cuando la inspiración está en su máximo, escribir otras dos cuartillas. A las siete de la tarde, salir a dar un paseo, tomar mi copa de vino habitual, cenar y sostener una pequeña tertulia con mi vecino alemán. Finalmente, a partir de las diez de la noche, silencio, y retomar la escritura hasta las dos de la madrugada. Como resultado: seis cuartillas perfectamente digeridas y listas para ser vendidas. Ya ven, todo está planificado, solo me falta un editor. Gracias
Un amigo me decía que eso -actos radicales en extremo- sólo podía darse en el Japón. Un país donde el Kamikaze y el harakiri eran conceptos muy ligados al honor.
Como respuesta al honor, ya no el suicidio, el Hikikomori. Según entiendo, los suicidios eran pan de cada día en Japón y todavía, pero ya no por cuestiones de honor, sino, probablemente, porque no logran sujetarse a un mundo en plena metamorfosis tecnológica. Si el mundo cambia, cambian las palabras, si las palabras cambian, cuesta pensar ¿Cómo pensar lo que no se entiende? Y si no lo entendemos, le damos la espalda.
Otra amiga me decía que el problema de Japón era que copiaban el modo de vida occidental, pero no eran occidentales, en rigor, no vivían al modo occidental. Sólo llevaban una constante- y movediza- ilusión. Y cuando abrían los ojos, se iban al diablo.
Saludos
Supongo que en otros países hay casos parecidos al de los hikikomori en Japón, pero no con la misma intensidad, ni tantos...
Y sí, Luis, concuerdo contigo: el código del hikikomori es un código de honor. No lo había pensado así, Zielenzinger no lo menciona, pero ahora que lo dices, a mí me parece que está muy clara la conexión entre lo que hacen los hikikomori y conceptos como el harakiri y el kamikaze.
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No olvidemos, que tal vez la K kafkiana, abundante en esos conceptos, tenga algo que ver.
Pero quizás no sea un código de honor, sino una respuesta, un rechazo al honor y a lo que se debiera hacer por él (harakiri, suicidio, kamikaze en tiempos de guerra). Un antihonor. Que, en todo caso, como la antipoesía es poesía pura, el antihonor es honor puro.
A ojo de buen cubero, a estos cahavales de Japón, o no tan chavales porque creo que se perdieron lo bueno de ser chaval, lo que les ocurre es que están más a gusto dentro que fuera.
Pero si lo miro con mis dos ojos esta actitud me sabe a tedio y a rutina, pero sobre todo a tristeza. Es como renunciar a creer en algo sin haber creido nunca.
De todos modos estoy con Luching, el fenómeno no es exclusivamente japonés, en Bilbao yo conozco a muchos más que un par. Japón tiene unos 127 millones de habitantes, un millón es un porcentaje que cuadra con lo que está ocurriendo en otros países.
Pido permiso al editor de este blog para extraer algunás frases de este artículo y subirlo al blog que desarrollo. Además de enlazarlo, claro está.
Un cordial saludo.
gracias por el comentario, willy. por supuesto, puedes usar frases del texto y enlazar el blog.
Así lo haré, gracias.
edmundo: es inquietante el asunto de esta lost generation pero no me parece tan raro. hay algo de bartleby en ellos, en una suerte de revolución en el silencio que los hermana por ejemplo con los Straight Edge más clásico, los siguen a minor threat o a fugazi. o en el tipo que giovanni ribisi encarnada en suburbia de bogosian/linklater: esa idea de la nada, de la inacción como estetica o política.
por supuesto, amplifica eso en una sociedad que posee un registro genético de castas donde existen por ejemplo los buraku, aquellos ciudadanos declarados "intocables" en el rango de la pirámide social y te quedas corto.
eso. por supuesto, el libro me tinca y mucho.
saludos y abrazo.
a.
No sé, da lo mismo estar encerrado sin más contacto humano que tu familia, o enfrentarte a la vida social que tanto odias, es una especie de misantropía que existe en todo el mundo.
En un mundo en el que las relaciones se hacen cada vez mas frías y despersonalizadas, en el que la sociedad se vuelve cada vez mas implacable y salvaje maquinaria que se mueve al ritmo del dinero, no me cuesta imaginar que alguien pueda llegar a decidir que no le interesa estar en contacto con el resto de las personas. A decir verdad ....pienso que si llevamos la situacion a un escenario radical, por ejemplo en una Bolivia llevada al extremo (no muy lejano) de la ilegalidad y la doble y/o falsa moral, plagada de corrupción, mediocridad y demagogia cotidiana, el ANTIHONOR del resto, podría hacer que decida salvar mi HONOR, concluyendo que es mejor estar solo que mal acompañado.
Todo esta de lujo hasta que considero la variable de la necesidad de pareja. Tal ves si te rompen muchas veces el corazón ....puedes tomar una desicion así.
SALUDOS....
No es por hacer promoción, pero creo que es de recibo notificar al editor de este blog que finalmente usé parte de su artículo.
http://unaimagenymilpalabras.blogspot.com/2008/02/los-hikikomori-el-aislamiento.html
Gracias.
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