Sunday, February 12, 2006


TOBIAS WOLFF EL “MINIMALISTA”

A finales de los años ochenta, la palabra “minimalismo” estaba de moda para designar a una generación de escritores que reaccionaba contra los excesos metaliterarios de la generación anterior (autores como Barth y Coover). Los principales escritores minimalistas eran gente como Raymond Carver, Richard Ford, Ann Beattie y Tobias Wolff. Se los consideraba descendientes directos de Hemingway en la forma en que pulían la prosa hasta que no quedara ningún exceso, ningún adorno innecesario (un crítico definió la prosa de Carver como “Hemingway al cuadrado”). Eran sobre todo cuentistas –de hecho, el género novelístico en sí parecía ser maximalista--, los temas que elegían eran más bien domésticos y el tono era coloquial. Sus protagonistas, en una famosa definición de Joyce Carol Oates, eran “pasivos, no se cuestionaban nada, no reflexionaban, y, algunas veces, carecían de la conciencia neurológica que uno asocia con los seres humanos normales”.
Los nombres siempre ocultan más de lo que revelan. Es un gran desafío trascenderlos, en más de un sentido: mostrando, por un lado, su ineficacia para contener y nombrar una obra, y por otro, literalmente, haciendo que el nombre se desconecte del autor. Eso, creo, ha sucedido con los nombres más rutilantes de la ficción norteamericana de los años ochenta. Carver es el que más rápido ha logrado su status de clásico indiscutible, de mito inspirador para futuras generaciones (aunque la nueva, la de Chabon y compañía, tiene un ethos diferente). Ford y Beattie tienen ya una gran obra que los defiende. Y Wolff ha escrito más cuentos perfectos como “Bullet in the Brain”, dos memorias tan redondas como conmovedoras, y ahora, con Vieja escuela (Alfaguara, 2005), una novela escrita con una prosa tersa y sin florituras pero que en ningún momento puede ser considerada minimalista (por lo menos no con ese tono desdeñoso con que se ha usado la palabra, como para referirse a un escritor que se ocupa de pequeñas cosas, temas intrascendentes). Hace rato que Tobias Wolff es simplemente Tobias Wolff.
Vieja escuela está inspirada en los años de estudiante de Wolff, cuando, a principios de los sesenta, estuvo en un internado de élite en Nueva Inglaterra. Imaginemos, entonces, ese ambiente que la mayoría de los lectores conoce a partir de La sociedad de los poetas muertos. Aquí, la literatura todavía no ha sido desplazada por las ciencias y es el tronco central del saber humano. Buena parte de los alumnos quieren ser escritores, y los hombres a admirar del campus son los profesores de literatura. Vieja escuela es, entonces, otra novela sobre escritores. Tengo un amigo que siempre se queja de la abundancia de estas novelas. Me dice, a modo de ejemplo a seguir, que los directores de cine no suelen hacer películas sobre directores de cine. Y sin embargo Vieja escuela lo ha conmovido porque, dice, si bien los escritores suelen ser poco interesantes como personajes excepto para otros escritores, la novela de Wolff es vital, no tiene nada del narcisismo de la literatura sobre literatura. A mí no me molesta este tipo de literatura narcisista si es que es de calidad, pero esa es otra historia.
Lo cierto es que Wolff logra algo admirable en Vieja escuela. Esta es una novela que rezuma literatura, todos los personajes son escritores o profesores de literatura o aprendices de escritores, la literatura es vista incluso como algo superior a las ciencias, el arte por excelencia de las artes, algo que el narrador persigue con “aspiraciones místicas”. Y sin embargo, nada de eso molesta. El tono sin afectaciones del narrador ayuda. La literatura, aquí, es un viaje al conocimiento del otro y de uno mismo: se escribe y se lee para acercarse a la vida y no para refugiarse de ella en la cultura libresca. Uno lee un cuento de Faulkner, “Quemar cobertizos” para descubrir qué significa ser hijo, y qué es la lealtad, y cuales son sus “dificultades y trampas”.
El disparador narrativo es tan simple como efectivo, con el suspenso de una novela de aventuras: en el colegio, existe una tradición por la cual los alumnos compiten por el honor de tener una audiencia privada con el escritor que los visita. Como en una carrera con obstáculos en la que cada prueba es más interesante que la anterior, Wolff nos presenta a los alumnos compitiendo por el honor de tener una audiencia con Robert Frost, la popularísima Ayn Rand, y el premio mayor, Hemingway. Son de antología las escenas en que aparecen estos escritores, tanto por la magnífica caracterización –sobre todo Ayn Rand con sus fanáticos seguidores--, como por el tono ligeramente burlón que sobrevuela estas secciones. Uno puede escuchar a Hemingway en su entrevista: “Cuidado con la bebida. La bebida mata a más escritores que la guerra, sólo tarda más. Si uno se va a enfrentar al asesino gigante, será mejor que esté condenadamente seguro de que puede ganar. Unos podemos, otros no podemos. Scott nunca tuvo ninguna posibilidad, el pobre flojucho… Boca como la de una chica. Entre las copas y aquella boca tan bonita y aquella mujer que tenía, nunca tuvo ninguna posibilidad. Pero no escribía borracho, no como Bill Faulkner”.
En la competencia, el lector va descubriendo la complejidad de los estudiantes –Purcell, el narrador— y los profesores –Ramsey, Arch--, su trama confusa de seres con ambiciones y deseo. Porque todo sería muy simple si la novela sólo fuera una cuestión de competencia; ésta es, sobre todo, una forma de poner en práctica aquello por lo cual los profesores de literatura son admirados en la novela. Se trata de utilizar la literatura para acercarse a la vida, para que uno pueda descubrir más de uno mismo, verse en toda su grandeza y su miseria. Wolff ha escrito una gran novela utilizando ingredientes básicos: trama, personajes, atmósfera. Se trata, claro, de encontrar la combinación adecuada, lo cual es menos simple de lo que parece, aunque leyendo Vieja escuela uno tenga la sensación de que la literatura es la cosa más fácil del mundo.
Por su lirismo, sus personajes, la inventiva de su imaginación y los temas que toca, Wolff demuestra en Vieja escuela que es cualquier cosa menos un escritor “minimalista”.

1 Comments:

At 9:33 AM , Blogger Adriana Bañares said...

si queréis algo narcisista, pasaros por www.soledaddelcafe.blogspot.com Es el diario de una adolescente.

 

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