Tuesday, February 26, 2008


PERIFÉRICA

De entre las varias editoriales independientes de primer nivel que han aparecido en España, Periférica es una de mis preferidas. La razón es sencilla: nunca me ha fallado. He leído tres libros de autores latinoamericanos en su catálogo: Los Rolling Stones en Perú, de los peruanos Sergio Galarza y Cucho Peñaloza; Help a él, del argentino Fogwill; Trabajos del Reino, del mexicano Yuri Herrera. Galarza y Peñaloza han escrito una gran crónica de no ficción acerca de un encuentro que no llega a ocurrir con los Rolling (es, también, un testimonio de los extremos delirantes a los que puede llegar un fan); Fogwill ha reimaginado de manera impecable (e implacable) a la Beatriz Viterbo de Borges a partir de la alucinación de las drogas (la otra novela corta que completa el volumen, Sobre el arte de la novela, es aun mejor); Herrera ha escrito la primera novela que todos quisieran escribir: una aventura entre narcos y corridos, narrada con una prosa que siempre se las ingenia para encontrar imágenes memorables, giros lingüísticos dignos del aplauso.

Todos estos libros son breves. Se nota, ahí, el sello de su editor, el escritor extremeño Julián Rodríguez, alguien que, por estilo y temperamento, se halla muy cerca del minimalismo evocativo del chileno Alejandro Zambra.

En su declaración de principios, Periférica, fundada en abril del 2006, dice que se ocupará, entre otras cosas, de “las propuestas más audaces y sugerentes de la última narrativa internacional, con especial atención a la mejor literatura latinoamericana actual”. Galarza, Fowgill y Herrera muestran que Periférica anda muy bien encaminada. Una futura incorporación al catálogo: el boliviano Maximiliano Barrientos (Santa Cruz, 1979), uno de esos notables escritores de la nueva generación que, para fortuna de los lectores más allá de las fronteras bolivianas, ha sido descubierto por Periférica.

Friday, February 22, 2008


UNA NACIÓN DE HIKIKOMORIS

La primera vez que escuché el término hikikomori fue en Wisconsin, en una conferencia del novelista colombiano Mario Mendoza. Hacía referencia a un millón de jóvenes japoneses que habían decidido rechazar su sociedad y encerrarse a vivir en sus cuartos, muchas veces incluso cubriendo las ventanas con cortinas negras. ¿Un millón? Pensé que se trataba de una exageración. Luego leí en el blog de Alberto Fuguet una mención a Shutting Out the Sun: How Japan Created Its Own Lost Generation (Vintage, 2006), un libro del periodista Michael Zielenziger que intentaba explicar el fenómeno de los hikikomori. Intrigado, leí el libro. El fascinante trabajo de Zielenziger me ha servido para entender mejor a ese complejo país lllamado Japón, especular acerca de una de las paradojas de la sociedad contemporánea (a mayor comunicación, mayor aislamiento), y preguntarme acerca de la posibilidad de que otras sociedades desarrolladas se pierdan en el camino del progreso y la prosperidad, por falta de estrategias de cohesión social.

Para Zielenziger, la patología del hikikomori es misteriosa, pues no se trata de un desorden mental ni tiene equivalentes en otras culturas. Se trata más bien de un desorden social: los hikikomori son generalmente hombres muy inteligentes que han decidido por cuenta propia abandonar la sociedad japonesa; no padecen depresión ni su deseo de rechazar a la gente tiene algo que ver con la agorafobia; prefieren quedarse en sus casas y dedicarse a leer, jugar videojuegos, navegar en la red, beber vodka y sochu (vodka japonés). No trabajan ni van al colegio o la universidad.

Zielenziger entiende a los hikikomori como producto de la conformidad, insularismo y homogeneidad del Japón. En un país en el que no ha habido las revoluciones políticas, sexuales y de género de Occidente, en el que la mezcla racial está prácticamente prohibida debido a draconianas leyes de inmigración, en el que se ha dependido mucho del modelo norteamericano durante los años de la postguerra, ser diferente se paga con el rechazo. Los adolescentes japoneses que muestran formas de conducta y una sensibilidad diferente en la escuela, son, en general, abusados verbal y físicamente por sus compañeros (con el añadido de que, cuando eso ocurre, los padres terminan justificando los abusos a los que están siendo sometidos sus hijos). Ante esos abusos, muchos de esos jóvenes comienzan a tener miedo a ir al colegio, y, poco a poco, van dejándolo. Se quedan en sus casas, y utilizan a sus padres como único contacto con el mundo. En los casos más extremos, dejan de hablar con sus padres y se comunican con ellos a través de mensajes escritos en papeles (los padres, avergonzados ante la situación, no acuden a nadie en busca de ayuda, y financian la vida parasitaria de sus hijos).

“Los hikikomori son muchachos que valoran lo intangible”, dice la madre de uno de ellos. Y no hay mucho espacio para lo intangible en una sociedad tan materialista como el Japón, en la que no tampoco existe el concepto Occidental de “autoestima”. Cuando la economía comenzó a fallar después de la década próspera de los ochenta, la disfunción social y la rigidez del sistema japonés se mostraron incapaces de adaptarse a los desafíos de la globalización. En el capítulo más controversial del libro, Zielenziger, que también analiza otros temas para entender la dislocación social del país asiático –por ejemplo, la numerosa cantidad de mujeres profesionales que no quieren casarse--, utiliza el concepto del hikikomori como una metáfora para entender al Japón de hoy: ante el “aumento de la incertidumbre y el riesgo en el mundo”, el Japón, en vez de hacer como, digamos, Corea del Sur --adaptarse a los cambios y buscar un desarrollo independiente--, prefiere, como los hikikomori, “correr a refugiarse en el útero protector de su cuarto” (265).

Zielenziger exagera: no todos los seres diferentes en el Japón se convierten en hikikomoris; algunos se vuelven creadores de videojuegos, dibujantes de mangas, guionistas de animé. Esa creatividad artística es muy influyente en el mundo. Además, pese a que ya no domina como en los años ochenta, el Japón sigue siendo una superpotencia económica y cultural. Con todo, que haya un millón de hikikomoris no dice nada bueno del sistema japonés. Quizás la lección que otros países puedan sacar del caso japonés es que el desarrollo de un país no debe ser exclusivamente económico ni cultural; debe haber, también, una modernización de los prejuicios y las tradiciones, una flexibilidad mental que permita hacer frente a los nuevos desafíos del presente sin que ningún grupo social se sienta excluido del sistema.

Tuesday, February 19, 2008


CUENTO CON DICTADOR Y TARJETAS
(un relato breve)

En ese entonces el dictador Joaquín Iturbide era dueño de una fábrica de tarjetas y poseía el monopolio de la venta de tarjetas en el país y un día se le ocurrió declarar el 26 de junio día de la Amistad y las tarjetas creadas para ese día tuvieron un éxito inesperado en la población y lograron ganancias espectaculares para la empresa; ello llevó al dictador a declarar el 14 de agosto día de la Envidia y el éxito también se repitió. Y por su propia inercia la dinámica del éxito continuó y en menos de un lustro todos los días del año estaban copados y había día del Rencor y día de la Novia Infiel y día de los Bisabuelos y día de los Esposos que se Aman pero en Realidad se Odian y día de los Adoradores de Onán y día de los que Quisieran Acostarse con sus Sirvientas y día de los Lectores del Marqués de Sade y día de los que Sueñan con Centauros. Para lugar a las nuevas ocurrencias hubo que dividir el día en varias partes: el 3 de enero al atardecer fue declarado momento de los que les Gusta Hacer el Amor en la Oscuridad de un Cine y el 16 de octubre en la madrugada momento de los que No Matan ni una Mosca y el 21 de diciembre al mediodía momento de los nostálgicos por el Chachachá. Y así sucesivamente. El dictador ya lograba más dinero anualmente con la venta de tarjetas que con lo que robaba sin disimulo de las arcas del país, pero no quiso dejar el poder. Quería morir con él, ya viejísimo y venerable patriarca.

Cuando le llegó la muerte era en verdad viejísimo. En su honor, la Junta de Notables del país declaró las cuatro de la tarde con veintisiete minutos y quince segundos del 2 de abril como el Fugaz Instante de los Dictadores Perpetuos.

En Desapariciones (Simón Patiño: Cochabamba, 1994); Desencuentros (Alfaguara: Miami, 2004); Imágenes del incendio (Algaida: Cádiz, 2005)

Monday, February 18, 2008


UNIVERSO TIM BURTON
En uno de los afiches para promocionar Sweeney Todd se pueden encontrar algunas características fundamentales del universo de su director, el gran Tim Burton:
Lo gótico: Johnny Depp lleva una navaja en las manos y un maquillaje cadavérico. Es el mismo color de la piel de Helena Bonham Carter, quien se encuentra a su lado. En el corpus –nunca mejor usada esta palabra-- de Burton se encuentra la película El cadáver de la novia; aquí, se trata de Los cadáveres de los novios.

Lo macabro: una gran mancha de sangre cubre algunas de las letras del título. El subtítulo dice que nos encontramos ante “el barbero diabólico de la calle Fleet”. El dominio del negro en el afiche, el contraste con el sillón rojo de afeitar y la navaja resplandeciente en la oscuridad, hacen el resto. Burton ha estado aquí antes, sobre todo en The Nightmare Before Christmas y Sleepy Hollow.
Lo freak: Johnny Depp, en el papel de Sweeney Todd, luce una mirada de ser incomprendido por el mundo. De hecho, lo es. Su deseo de venganza lo llevará a convertirse en un asesino en serie, un freak de marca mayor. Burton se ha especializado en personajes monstruosos, hombres al margen de la sociedad por razones bizarras. Los monstruos freak de Burton tienen siempre algo romántico: el Joven Manos de Tijera, Ed Wood, Willy Wonka y Batman son, en el fondo, idealistas, capaces de ganarle el pulso a todos los que les piden ser iguales al resto.
Johnny Depp: el actor fetiche de Burton ha aparecido en seis de sus películas (El Joven Manos de Tijera, Batman, Ed Wood, Charlie y la fábrica de chocolates, Sleepy Hollow, El cadáver de la novia y Sweeney Todd). Ya que estamos: Helena Bonham Carter, la pareja de Burton, ha aparecido en cinco, y Danny Elfman les ha puesto la música a todas desde La gran aventura de Pee-Wee, con la excepción de Ed Wood.

La suma da el producto inconfundible de Burton: un cuento de hadas para adultos. Una pesadilla en colores contrastantes. Un extraño relato de terror romántico. Una película de alta calidad con guiños al cine clase B y al género del horror. Sólo faltan, inevitablemente, un par de características, como su amor por los dibujos animados y por la técnica del stop-motion. Su próxima película será Alicia en el país de las maravillas, lo cual haría pensar que Burton se está poniendo predecible (¿Depp en el papel de Alicia?). Sin embargo, si se recuerda que todas sus remakes (El planeta de los simios, Charlie) han terminado siendo obras muy personales, es muy probable, más bien, que algún día se hable de Lewis Carroll como precursor de Tim Burton.

Friday, February 15, 2008

PARA EL FIN DE SEMANA

Matt Reeves: Monstruoso

No estaba entre mis planes ver Monstruoso, pero mi hijo Gabriel se enteró de qué se trataba y, como es un apasionado de Godzilla, me dijo que quería verla. Acepté: después de todo, “un monstruo como Godzilla en Nueva York” no sonaba tan mal. La película me sorprendió favorablemente: es como El proyecto de la bruja Blair, pero bien hecha. O acaso la bruja Blair había llegado muy temprano, y ahora, entrenados por YouTube, nos es más fácil entender el formato de Monstruoso: setenta minutos filmados por una cámara casera, que se mueve sin parar, que no encuentra el ángulo adecuado para capturar al monstruo –a quien apenas se lo ve. Hay una historia de amor, pero eso es lo de menos: las constantes explosiones y el movimiento de la cámara hacen que uno no sienta que está viendo una película sino experimentando una simulación virtual en un parque de atracciones. Al final, mi hijo y yo salimos con mareos y dolores de cabeza. Un crítico de La Vanguardia definió a Monstruoso como “la primera película doméstica de desastres”. Pues sí. Gabriel quiso irse diez minutos antes de que terminara: estaba asustado de verdad. Y tampoco le gustó mucho que, esta vez, el monstruo ganara.

COMPACT
Elvis Perkins: Ash Wednesday
El mundo quizás no necesite de un cantautor más, de buenos sentimientos y melancolía por doquier. Pero, ¿cómo no escuchar a Elvis Perkins? Se trata nada menos que del hijo de Anthony Perkins --el actor de Psicosis—, muerto de SIDA a principios de los ochenta, y de Berry Berenson, fotógrafa fallecida trágicamente (era uno de los pasajeros de los aviones que chocaron el once de septiembre con las Torres Gemelas). Con esos padres, Perkins tiene muchas historias que contar: un pasado ideal para un novelista, o para un asesino en serie. Perkins elige un camino intermedio, y se estrena con Ash Wednesday, un compact que suena como si este treintañero tuviera todos los años del mundo. No hay rabia, sólo la mirada de alguien que ha visto y vivido mucho. La canción irresistible es “While You Were Sleeping”; “Emile’s Vietnam in the Sky” y “Sleep Sandwich” son también memorables.

NOVELA
Nikolai Leskov: La pulga de acero (Impedimenta)
La frase es cruel, y tenía que pertenecer a un personaje de Nabokov: “Ya que hablamos de autores de segunda categoría, ¿qué opina usted de Leskov?” Walter Benjamin intentó rescatarlo, pero hay que aceptar que Nabokov tenía razón: para la gran literatura rusa, Leskov es de segunda fila. Después de leer La pulga de acero, se puede matizar diciendo: ¡qué segunda fila, de primera! Este relato, publicado en 1881, abreva en la mejor tradición oral rusa, pero ya apunta al siglo XX, incluso al XXI: heridos en su orgullo nacionalista ante un invento inglés –una pulga de acero mecánica, un autómata--, los rusos se afanan en descubrir al artesano capaz de inventar una pulga igual pero mejor. El final no está a la altura de todo lo anterior, pero el derroche de imaginación que significa la competencia entre pulgas mecánicas es suficiente para asegurar que Leskov no será olvidado.

Tuesday, February 12, 2008


VOLPI EN UNA BLACKBERRY

Mi muy buena amiga Ana Pellicer me contó que acababa de leer una nouvelle inédita de Jorge Volpi en su Blackberry. Sí, una sorpresa para los lectores acostumbrados a las meganovelas de Volpi: su nuevo trabajo, El jardín devastado, no necesita ni siquiera del Kindle o el Sony Reader para ser leído; tiene entre sesenta y ochenta páginas, lo cual significa que puede leerse en teléfonos móviles y portátiles.

Yo la leí en mi MacBook Pro. En El jardín devastado aparecen temas caros a Volpi, relacionados con su preocupación política global –en este caso, una mujer que busca a sus hermanos en plena guerra en Irak--, pero también hay novedades. Se trata de un Volpi íntimo, en cuyo narrador no cuesta reconocer ciertos aspectos de su biografía. Hay un personaje femenino magnífico (la bipolar Ana). La prosa también sorprende: desprovista de retórica, su filoso laconismo convierte al libro en un jardín nada devastado de máximas para subrayar. 

En el blog de Volpi han ido apareciendo capítulos de la novela. En los primeros posts, Volpi explicó la razón de ser de su proyecto: “Escribir. Escribir de nuevo. No otra novela -cualquier novela- sino una bitácora, una combinación de memoria, ficción, aforismos. Una aventura que sea, también, una negación. Un ejercicio de escritura, una forma de aprender a escribir de nuevo a un año de haber concluido la trilogía formada por En busca de Klingsor, El fin de la locura y No será la Tierra”. No queda claro si los comentarios de los lectores influirán en la versión final. Lo que sí es cierto es que, gracias al blog y a los nuevos lectores electrónicos, el escritor tiene más posibilidades de interactuar con sus lectores, saber sus opiniones, hacerles caso (o no). Así, a su manera, El jardín devastado es también ciberliteratura. 

Esta nouvelle será publicada en septiembre por Alfaguara. Pero antes saldrá otro libro de Volpi: uno de ensayos, que publicará la Páginas de Espuma.

Sunday, February 10, 2008


LITERATURA Y CIBERCULTURA

La reflexión sobre la literatura y sus relaciones con las nuevas tecnologías en América Latina y España se encuentra en un momento de inflexión. Después de años de pensar que el internet no tenía nada que ver con la literatura, académicos y escritores se han puesto a indagar en este tema. Pienso en esto al ver Latin American Cyberculture and Cyberliterature, un libro editado por Claire Taylor y Thea Pitman que Liverpool University Press acaba de publicar en Inglaterra (y en el que he contribuido con un epílogo); el número de enero del 2008 de la revista Quimera, que trae un dossier dedicado a “Nuevas tecnologías narrativas”; y la antología Mutantes: Narrativa española de última generación, publicada a fines del 2007 por la editorial Berenice y editada por Julio Ortega y Juan Francisco Ferré.

Algunas conclusiones se desprenden de la lectura del libro de Taylor y Pitman: por un lado, la comprobación, una vez más, de que los nuevos medios tecnológicos influyen en la estética, el arte de un período. Sucedió con la fotografía, con el cine, con la televisión, y ahora está ocurriendo con la computadora. Por otro lado, la forma en que la emergencia de un nuevo medio permite otras lecturas de la tradición. Taylor y Pitman definen ciberliteratura de manera amplia, como “un campo que incluye la literatura electrónica –obras literarias concebidas tradicionalmente, pero en formato electrónico--, y formas específicas de la literatura en el internet como el hipertexto, los hipermedios y los blogs, así como la literatura escrita que reflexiona acerca de la aparición de la cibercultura y los productos ciberculturales” (19, mi traducción libre). Así, los argentinos Borges, Bioy Casares y Cortázar vendrían a ser considerados como “avatares de la ciberliteratura” (19).

La revista Quimera, que solía ser un reducto de la tradición y que, gracias al nuevo consejo de dirección se ha convertido en abanderada de la literatura más a tono con la sensibilidad contemporánea, se interesa en explorar cómo, en palabras de Vicente Luis Mora, “los escritores comienzan a utilizar, en momentos puntuales, elementos tomados directamente de las nuevas tecnologías, copiando sus estructuras y reproduciendo elementos visuales en las obras, que abandonan ya el paradigma de la Galaxia Gutemberg para desembocar en el cosmos de la World Wide Web, configurada como nueva Weltanschauung” (25). Sorprende cómo la nueva generación de críticos y escritores españoles utiliza palabras en inglés, algo que es mucho más común encontrar en escritores latinoamericanos. Laura Borrás, por ejemplo, menciona la “web-based literature” como nueva forma de literatura (27), y el título de una sección de poemas que reflexionan sobre la tecnología y el consumo, editada por el “Dj” Eloy Fernández Porta, es “RealTime”. A propósito de Fernández Porta; su libro Afterpop: La literatura de la implosión mediática, debe verse como el punto central de partida para la reflexión sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la literatura española.

Mutantes es una antología desigual –casi todas lo son—, con prólogos algo contradictorios: mientras Ferré escribe que “el panorama español de los últimos veinte años ha sido… anestésico y anodino” (19), Ortega dice que “demandan atención los relatos de Juan Antonio Masoliver, Cristina Fernández Cubas, Julio Llamazares, Carmen Riera, Carlos Trías, Soledad Puértolas, Belén Gopegui, Nuria Amat, Manuel Rivas, Imma Monzó…” (30-1) (es decir, algunos de los escritores españoles más destacados de los últimos veinte años). Con todo, la antología abre una puerta fascinante al trabajo de los escritores españoles de la nueva generación ("nueva" muy elástica: hay escritores nacidos a principios de los sesenta). En algunos casos, los nuevos medios influyen en la forma: Jordi Carrión, por ejemplo, utiliza la estructura de cómo se accede a la información en Google para “Búsquedas (para un viaje futuro a Andalucía)”, un texto más bien ensayístico. En otros, como en “500% Costa”, de Jordi Costa, en el fondo. A veces el tema es una exploración futurista, pero el medio no es tan nuevo: unos recortes de periódico dan forma al relato “Cero absoluto”, de Javier Fernández. Mutantes también incluye un fragmento de Nocilla Dream, la novela de Agustín Fernández Mallo que se ha convertido en un referente de la nueva generación.

(Publicado en PRL, Primera Revista Latinoamericana de Libros, febrero 2008)

Thursday, February 07, 2008


MARTIN AMIS Y EL GULAG

Todo escritor tiene obsesiones. Algunas de ellas despiertan inicialmente curiosidad, para luego ir, con los años, adquiriendo sentido. En el caso de Martin Amis y su relación con Stalin y el gulag, la crítica a su libro Koba, estuvo marcada por los aplausos moderados y una pregunta insistente: ¿valía la pena, a estas alturas, seguir fustigando a los intelectuales de Occidente que, en los años cincuenta, apoyaron el proyecto comunista de Stalin e incluso, en algunos casos, llegaron a justificar las purgas implacables, los campos de concentración para los disidentes políticos, etc? ¿Es que eso no lo había hecho ya Camus, con mayor autoridad moral que Amis y en el debido momento?

Amis no se arredró. Su novela más reciente, La Casa de los Encuentros (Anagrama), tiene que ver con Stalin y el gulag y le ha servido, para que incluso un escritor tan exigente como John Banville lo elogie sin reservas; sin duda, algunas de las razones de Banville son cuestión de estilo: la prosa de Amis es de un vigor y excelencia notables. El registro narrativo de Amis funciona mejor en la distancia media: lo prueban novelas cortas como La flecha del tiempo, El tren de la noche, y esta novela.

En los agradecimientos, Amis señala una serie de libros notables que se han publicado desde Koba y que han venido a dar un cuadro más claro de lo que pasó en la Unión Soviética de los años cincuenta: Gulag, de Anne Applebaum; Stalin, de Simon Sebag Montefiori; Ester y Ruzya, de Masha Gessen. La Casa de los Encuentros puede leerse, entonces, como un intento de actualizar Koba. Lo cierto, sin embargo, es que lo que un escritor lee no importa tanto como lo que hace con lo leído. Lo que Amis ha hecho es escribir una brillante novela “rusa” sobre un triángulo amoroso ambientado en el gulag soviético. (El subgénero de la novela inglesa ambientada en Rusia ha dado en los últimos años otra magnífica novela: Por amor al pueblo, de James Meek).

La novela toma la forma del testimonio de un hombre que, en la vejez, recuerda su paso por el gulag y se lo cuenta a su hija Venus. Este testimonio puede emparentarse con Las benévolas, de Jonathan Littell: aquí también el narrador no sólo ha sido testigo de la “degradación y el horror” sino que también ha tomado parte activa en éste. El narrador fue uno de esos tantos soldados soviéticos que, durante la segunda guerra mundial, se encargaron de violar a cuanta mujer alemana “de ocho a ochenta años” se les cruzara por el camino. Se trataba de un “ejército de violadores”. No importa si hubo circunstancias atenuantes para ello: el narrador concluye al final que “nadie supera nada” y que no es verdad que lo que no te mata te hace más fuerte; más bien, “lo que no te mata te debilita primero, y a la larga igual te mata”.

Está claro, ahora, el porqué de la obsesión. Lo que ocurrió durante la guerra y en la post-guerra soviética es el tema de Amis por excelencia: el descenso a las zonas más tenebrosas de la psiquis masculina. En ese infierno, el sexo se convierte en una forma de violencia, y la violencia es también una violación sexual. A ratos, La Casa de los Encuentros puede leerse como una versión sádica de Rebelión en la granja (Orwell): en Norlag, donde tanto el narrador como su hermano Lev han sido internados, todos tienen un rango, una jerarquía que les permite abusar salvajemente a sus inferiores: arriba se encuentran los cerdos (los administradores y los guardias); luego vienen los urkas, las serpientes (los informantes), los parásitos, los fascistas (los recluidos por razones políticas), las langostas y los comedores de mierda.

El narrador y Lev están enamorados de la misma mujer, la judía y voluptuosa Zoya. Zoya llega a Norlag, y lo que ocurre en 1956 en la casa de los encuentros (el lugar donde los prisioneros podían encontrarse con sus parejas) forma el corazón secreto de la novela. Baste decir que este hecho es un paso más del narrador en su caída hacia la degradación. La historia personal se funde con la historia de amor, y de paso con la misma Historia: el narrador sugiere que Rusia nunca tomó conciencia del horror de su historia, y por ello, a diferencia de Alemania, nunca trató de expiar ese horror.

(Versión anterior publicada inicialmente en La Tercera en febrero del 2007, con motivo de la publicación de la novela en los Estados Unidos)

Tuesday, February 05, 2008


CRÓNICA DEL SUPERMARTES

6:39: Me hubiera gustado seguir, para enterarme de quién gana en Missouri (con el 98% de los votos, Obama le lleva 5000 votos a Clinton), pero no doy más. Asumo que Obama ganará, y que tendrá trece de los veintidos estados; Clinton sólo ganará en nueve, dos de ellos muy importantes: California y New York. Con todo, el ganador de la noche es Obama. Ahora sí, a dormir. Ya habrá tiempo para el análisis.

6:34: Resultados finales para los republicanos: McCain, ganador en nueve estados; Huckabee, la sorpresa, por sus victorias en el sur; Romney, el gran derrotado. Romney debería retirarse para dejar que Huckabee se las entienda con McCain; de otro modo, McCain se seguirá beneficiando de tener a dos candidatos que se dividen los votos de los que se le oponen por no ser lo suficientemente conservador.

5:14: Missouri, uno de los estados clave, está para el infarto: con el 87% de los votos escrutados, Huckabee le lleva 250 votos a McCain, y Clinton 22.000 votos a Obama.

4:19: ¡Tengo sueño! Los resultados marchan a paso de tortuga, Ramón y Julio se han ido, quedamos Diego y yo. Con suerte, llegaré a las 5 de la mañana, luego a dormir para despertar al mediodía y encontrarme con lo ocurrido en California.

3:37: ¿Lo más interesante hasta ahora? La lucha entre los republicanos por Georgia: con el 53% de los votos escrutados, Huckabee tiene el 36%, McCain el 32%. Entre los demócratas, Clinton ha triunfado en seis estados, Obama en cuatro; si se confirma la superioridad de Obama en los estados en los que hay caucuses, éste llegaría a ganar diez estados. Sin embargo, a Obama no le está yendo bien en algunos de los estados clave (Missouri y Massachussetts).

3:06: Ésta es fácil: New York para Clinton. Delaware para Obama. Todo indica que en el campo demócrata habrá una decisión dividida. Entre los republicanos, Huckabee ha ganado en tres estados --sureños, pero estados al fin--, pese al apoyo incuestionable del establishment republicano a McCain.

2:07: Primera tendencia interesante: en el campo republicano, McCain no arrasa como se creía.

2:04: Illinois para Obama, Oklahama para Clinton; New jersey e Illinois para McCain, Massachussetts para Romney. Encuesta a boca de urna en Utah: ¡91% a favor de Romney!

1:31: Sarah Wildman, una amiga que trabaja en el New York Times y está reportando estas elecciones para The Guardian, escribe desde Washington: "Habrá empate, y las campañas de Clinton y de Obama se ocuparán de decir que ganaron".

1:21: Encuesta a boca de urna en Georgia: el 40% de los votantes blancos ha votado por Obama. Dato muy importante para Obama, ya que hace un par de semanas, en Carolina del Sur, Obama sólo había conseguido el 25% de esos votantes.

1:10 am: Obama gana en Georgia. En CNN, John King enloquece mostrando en una pantalla electrónica los resultados a nivel microscópico (condados conservadores, liberales, etc), y Dana Bash menciona la palabra mágica: momentum.

11:11 pm: PREDICCIONES. Diego Salazar: "Obama gana y hoy se acaba todo". Ramón González Ferriz: "Obama pierde por muy poco, pero esto le da el momentum necesario para el resto de las primarias". Julio Trujillo: "'empate perfecto', que se traduce como victoria para Obama". Yo: "Obama gana ocho de los veintidos estados, lo suficiente para ser declarado ganador simbólico. Es el principio del fin para Hillary".

3:00 pm: Ah, los estadounidenses: son incluso capaces de tornar la política en un espectáculo fascinante. Ha llegado, por fin, el supermartes: más de veinte estados votan hoy, más de tres mil delegados están en juego. Planeo pasarme toda la noche viendo CNN con algunos amigos (y actualizando este blog); la transmisión comienza a la medianoche, hora española (será, para nosotros, un supermiércoles). Los primeros resultados podrán verse a la una de la mañana.

En el lado demócrata, Hillary lleva una ventaja mínima, aunque Obama viene con el impulso, a tal punto que la última encuesta de Zogby en California le da más de diez puntos sobre Hillary. Igual, el sistema demócrata no le da todos los delegados al ganador del estado, con lo que, digamos, si en un estado Obama le gana a Clinton por dos puntos, ambos podrían terminar con el mismo número de delegados. En el tema de las expectativas: si Obama termina el día (bueno, la noche) perdiendo con menos de cien delegados de diferencia, se podría sugerir que tiene todo a su favor para ganar las primarias demócratas (el calendario de las primarias restantes lo favorece).

En cuanto a los republicanos, la cosa es más fácil: McCain será un claro vencedor. Si Romney gana en California, lo cual parece muy probable, la lucha continuará por un tiempo, aunque el resultado final no cambiará: McCain será el candidato republicano para las elecciones de noviembre.

¿Tengo un favorito? Sí, Barack Obama. Cualquiera que lea el discurso de aceptación de su derrota en New Hampshire se dará cuenta que las comparaciones con Kennedy y Martin Luther King no son gratuitas. Hace rato que los Estados Unidos no tenía un político tan inteligente como capaz de conmover. Gracias a músicos y actores conocidos, ese discurso se ha convertido en un éxito viral en YouTube. Con ustedes, “Yes, we can”:

Friday, February 01, 2008


EL MAR Y LA PLAYA

Tenía nueve años la remota mañana en que mi madre me llevó a conocer el mar. En aquel entonces, como un buen niño boliviano, había mitificado el mar como aquel lugar donde todas las cosas maravillosas ocurrían y cuya ausencia producía, en las repúblicas que lo padecían, bloqueos emocionales y atrasos que se acumulaban como eras geológicas.

Eran los quince años de mi hermana, y su regalo fue un viaje a Miami; como ella no era muy alta, la hicieron pasar como si tuviera trece, y así su pasaje en avión se convirtió en medio pasaje –lujos que las aerolíneas se daban en esos tiempos--, y yo me sumé al viaje con el medio pasaje restante. Nada del tour en que nos encontrábamos, ni siquiera el Reino Mágico de Disney en Orlando, me despertaba tanto la curiosidad como ese lugar del cual se hablaba con fervor en las horas cívicas en mi colegio en Cochabamba, y que cada lunes por la mañana, mientras cantábamos el himno, prometíamos recuperar aunque para eso tuviéramos que ofrendar nuestra sangre.

Fue por eso que, cuando entré a la habitación en el noveno piso de ese hotel de colores pastel en la ciudad de Miami, lo primero que hice fue acercarme al balcón y mirar hacia el azul intenso que se ofrecía a mis pies. Al fondo del horizonte se recortaba la silueta de un par de barcos, esas otras criaturas extrañas para el habitante de un país tan trágicamente orgulloso que se jactaba de tener almirantes y contraalmirantes, criaturas vestidas de blanco que sólo aparecían, en esos días, cuando había un golpe de estado y se necesitaba formar el triunvirato militar que se haría cargo de la nación.

De lejos, todo era poesía. Pero al día siguiente, cuando mi madre, mi hermana mayor y yo nos asomamos a la playa, encontramos demasiados vestigios de prosa en medio de ese gran poema. Los bañistas se echaban sobre sus toallas como ballenas hambrientas, acumulando a su lado, bajo rutilantes sombrillas multicolores, latas de refrescos y bolsas de comida. Había marcas registradas por doquier, y la arena quemaba tanto que uno debía usar sandalias o caminar de puntillas. Los niños jugaban a construir los acostumbrados castillos de arena, los jóvenes entraban y salían del agua, que iba perdiendo el azul con que la había visto desde la ventana de mi habitación y se ennegrecía ante el uso y abuso que de ella hacía la gente.

No puedo decir que haya sido del todo una decepción. Sólo que de pronto sentí que no era para tanto. O quizás había que hacer una distinción significativa: mientras el mar era inmenso y convocaba una multitud de sentimientos en el corazón, la playa era un lugar estrecho pese a lo infinito de sus granos de arena, un espacio que se iba achicando a medida que avanzábamos sobre él. Y era imposible, hoy, disfrutar sólo del mar sin tomar a la playa en cuenta. Allí, la historia que me contaban en colegio se desvanecía, y los temidos nombres de nuestros enemigos se difuminaban.

Pasé dos semanas en Miami. No tardé mucho en acostumbrarme al rumor del oleaje, al azul interminable desde la ventana, al bullicio de los niños en la playa, a las gordas con sus bikinis antiestéticos. Aprendía que uno exaltaba lo que no tenía, y que la fuerza de la costumbre terminaba por naturalizar todas las cosas al punto tal que uno dejaba de prestarles la atención. El mar y la playa, para un niño boliviano, eran la utopía hecha materia, pero cuando ese niño se convertía en un turista más, todo volvía a ser ordinario. Tanto, que hubo días en que ignoré el mar y la playa y preferí bajar a la piscina y tender mi toalla de un amarillo desvaído al lado del trampolín con, ironía de ironías, una novela de Emilio Salgari en las manos. El pirata Morgan era mi héroe de los nueve años; me gustaba, los días que no teníamos que ir a Busch Gardens o Seaquarium, pasar las horas leyendo aventuras de piratas y corsarios en los mares peligrosos. De pronto, sin darme cuenta, había un momento de la lectura en que ese mar y esa playa a las que le daba la espalda en Miami recobraban su aliento mítico, su talla inmensa, y yo, nosotros volvíamos a ser los pigmeos que osábamos, atrevidos, profanar el corazón de su reino. Todo volvía a su mágico lugar.

(Publicado en la revista Etiqueta Negra, Perú, febrero 2008)