Monday, October 31, 2005

MIYAZAKI, EL GENIO DEL ANIMÉ



Acababan de estrenar La princesa Mononoke en un cine de Ithaca. Un amigo peruano, Pedro Pérez del Solar, me la recomendó. Yo no era de los que solía ir a películas de dibujos animados, pero el entusiasmo de Pedro era contagioso; me dije que debía hacerle caso a alguien que había hecho en Princeton una tesis doctoral de setecientas páginas sobre la historieta gráfica española. No me equivoqué. Desde ese entonces, comencé a coleccionar en DVD todo lo que salía de Miyazaki, primero con la excusa de que era para mi hijo, luego sin excusas. Yo ni siquiera conocía en qué consistía ese arte japonés llamado animé y que deslumbraba a los hijos adolescentes de una de mis colegas; hoy, tengo una respetable colección de animé, y siento que a pesar de la desenfrenada violencia postapocalíptica con que el género es conocido, quien más ha hecho por darle respetabilidad es Miyakazi, alguien que transita por un camino propio, muy alejado de obras clásicas del animé como Ghost in the Shell y Metrópolis.
Las películas de Miyazaki tienen como punto de partida creencias sintoístas como la adoración y el respeto a la naturaleza. Las grandes obras del corpus de Miyazaki (Mononoke, Nausicaa, El viaje de Chihiro) son épicas ecológicas. En Nausicaa y el valle del viento (1984), la princesa Nausicaa vive en un pueblo al lado del “bosque tóxico”. Mientras otros hombres quieren destruir el bosque, Nausicaa quiere protegerlo, tanto a sus árboles como a los insectos que viven en él (los inmensos Ohmu), pues considera que si el bosque ha llegado a ser tóxico se debe a la depredación de los seres humanos. En La princesa Mononoke (1997), los animales de una selva se rebelan ante el pueblo de mineros que la explota.
Otra creencia sintoísta son los kamis, dioses o espíritus de la naturaleza. A diferencia de otras religiones, los kamis no viven en un mundo superior al de los seres humanos; viven en el mismo mundo. Esos espíritus circulan libremente por la obra de Miyazaki. Aparecen, por ejemplo, en El viaje de Chihiro (2001), en la que hay una escena conmovedora en la que el espíritu de un río de aguas contaminadas aparece en una gran casa de aguas termales y pide ser purificado. En Totoro (1988), hay un reconocimiento de la realidad contemporánea: las niñas Mei y Satsuki creen que el bosque está lleno de espíritus; el padre, un antropólogo, cree en lo que dicen las niñas, pero ya ha perdido la capacidad de ver a esos espíritus. El sintoísmo alguna vez fue religión de Estado en Japón; hoy no tiene la fuerza de antes, avasallado por la fuerza de las nuevas costumbres de las tribus urbanas. Miyazaki ha dicho más de una vez que la “cultura virtual” será el fin del Japón, se niega a dar licencias para convertir sus películas en videojuegos (aunque hay un estudio-museo en Japón), y se molesta cuando se le acercan los padres a decirle, orgullosos, que sus hijos han visto sus películas más de cien veces: dice que una vez es suficiente, los niños no deben quedarse pegados a la televisión, deben salir a jugar a la calle, a los parques, ir de excursión a los bosques. La ironía es que, debido a la calidad de su obra, Miyazaki está contribuyendo a que los niños japoneses crezcan con experiencias sobre todo visuales y auditivas.
Miyazaki, por supuesto, no es un sintoísta ortodoxo. Aparecen en sus películas muchas maldiciones, embrujos y encantamientos que son parte de las creencias populares. En Porco Rosso (1992), la cara del apuesto capitán se convierte en la de un cerdo (cuando se dibuja a sí mismo, Miyazaki se dibuja con cara de cerdo; dice que son los animales que más respeta); en Howl’s Moving Castle, su última película (2005), Sofía, la protagonista adolescente, es convertida en una anciana por la Bruja de los Desperdicios.
Hay otras obsesiones en la obra de Miyazaki: las niñas en la adolescencia temprana, principales protagonistas de todas sus películas (inocentes, despojadas de su latente sexualidad); las máquinas voladoras: aviones, hidroaviones, dirigibles, incluso un castillo en Castillo en el cielo (1986); las ancianas indestructibles y combativas, homenaje personal a su abuela… Hay una manera de dibujar y de usar los colores que es inconfundible (para su última película, envió a Michiyo Yasuda, responsable de colores, a conseguir tonos especiales de ciertos colores a Alsacia). Y una manera de usar el sonido y la música, específicamente opuesta al estilo de Hollywood: la música en Miyazaki suele ser suave, delicada, melancólica, no intenta asaltar al espectador a la manera de un John Williams. Todos esos detalles van creando el estilo, la originalidad de Miyazaki. Hace algunos años se consideraba un gran logro que se mencionara a este director japonés junto al sagrado nombre de Walt Disney en el mundo de los dibujos animados. Hoy se lo comienza a mencionar junto a Akira Kurosawa, y cada vez son menos los que se sorprenden.

Wednesday, October 26, 2005

EL CASO PAMUK



El escritor turco Orhan Pamuk ya ha obtenido algunos de los reconocimientos internacionales más notables, entre ellos el premio internacional IMPAC de Dublin. El pasado domingo, Pamuk recibió el prestigioso Premio de la Paz de los libreros alemanes en la feria del libro de Frankfurt. Pero su nombre no sólo aparece en las secciones culturales de los periódicos: en diciembre comenzará el juicio a Pamuk por el delito de “denigrar a la nación”: en febrero, Pamuk había declarado a un diario suizo que “treinta mil kurdos y un millón de armenios fueron asesinados en Turquía pero nadie, excepto yo, se anima a hablar de este tema”. El gobierno turco jamás ha aceptado responsabilidad alguna sobre el genocidio de la población armenia. El caso Pamuk ha adquirido repercusiones que van más allá de lo local debido al deseo de Turquía de formar parte de la Comunidad Europea. Los críticos señalan que el derecho a la libertad de expresión del escritor turco más reconocido en Occidente es más importante que las retrógradas leyes locales; sin embargo, las leyes existen, y hace poco otro escritor en Turquía ha sido condenado a seis meses de prisión por "denigrar a la nación" (la pena máxima es tres años). ¿Qué hacer? ¿Modernizar las leyes para que se encuentren más acordes a las normas de la Comunidad Europea? ¿No ceder a la presión internacional, mostrar que los problemas turcos se solucionan con leyes que, aceptadas o no, son parte del código penal del país?
Lo irónico de todo esto es que el caso Pamuk muestra de manera explícita el choque entre modernidad y tradición, entre Occidente e Islam, que es parte central de la obra de Orhan Pamuk. Me llamo Rojo, su mejor novela (Alfaguara, 2003; Punto de lectura, 2005), se enfoca con maestría en este tema. La novela, ambientada en el Estambul del siglo XVI, giro en torno a los deseos del Sultán de encargar un libro con retratos suyos que celebren sus logros. Esto no es fácil en tiempos del Imperio Otomano: la ley islámica prohibe el arte figurativo e impide que existan retratos del Sultán. Las influencias artísticas traspasan fácilmente las fronteras, pero luego deben enfrentarse a diferentes normas culturales, políticas, religiosas. Me llamo Rojo es una gran novela histórica, pero también es un policial brillante. Aquí, Pamuk muestra, como muy pocos novelistas contemporáneos, la capacidad que tiene el género novelístico para discutir críticamente los problemas de una región, un país, un continente.
Pamuk ha señalado que Turquía es una nación con dos caras; geográficamente, pertenece a Europa, pero su alma quizás pertenece al mundo islámico. Estambul es el rostro moderno, occidental de Turquia, pero hay otras regiones del país que son más afines al Islam. Por supuesto, no es fácil separar las dos caras: lo normal es que el el corazón de cada turco convivan, de manera incómoda, Islam y Occidente. Nieve, la última novela de Pamuk (Alfaguara, 2005), aborda este tema. Nieve es esa cosa que a los editores de hoy no les gusta para nada, acaso porque saben que hay pocos lectores interesados en ello: una novela política (una editora española me dijo que sólo le aceptaba novelas políticas a Vargas Llosa). El personaje principal de esta novela, Ka, es un poeta turco que hace muchos años vive exiliado en Frankfurt y que decide volver a Turquía en busca de una mujer con la cual casarse. Una vez en Estambul, se entera que Ipek, una bella mujer que conoció durante sus años universitarios, está viviendo en Kars, una remota región del país. Ka decide viajar a Kars con la excusa de hacer un reportaje sobre una ola de suicidios de mujeres a las que se les prohibe usar el velo en el colegio: “A los hombres les da por la religión y las mujeres se suicidan… La causa de estos suicidios es la extrema infelicidad de las jóvenes. Pero si la infelicidad fuera una razón válida para el suicidio, la mitad de las mujeres de Turquía lo haría”.
Una vez en Kars, una tormenta de nieve aísla a Kars del resto del país. Mientras trata de convencer a Ipek de irse con él a Frankfurt, Ka descubrirá ese lado islámico del país que la Turquía moderna se niega a aceptar, y que en el fondo es aquello que ha sido reprimido para que la Turquía moderna exista. Pero lo reprimido, lo sabemos desde Freud, siempre se las ingenia para reaparecer, y cuando lo hace, termina desnudando la verdad acerca del trauma original necesario para fundar una identidad. En el caso de Nieve, la “verdad” es que el fanatismo religioso es abominable pero inevitable en el mundo islámico: “permite que uno pueda ser más pobre pero más orgulloso”. También es inevitable porque permite vivir la idea de Dios no en la terrible soledad del individuo sino en comunidad.
Pamuk ha querido escribir una novela política a la manera del Dostoievski de Los poseídos. No le ha salido del todo. Margaret Atwood ha escrito que se trata de “una lectura esencial para estos tiempos”. Quizás Atwood esté pensando que es necesario leer Nieve para entender la complejidad del mundo islámico. La verdadera novela esencial de Pamuk es Me llamo Rojo. Esa novela es suficiente para considerar a Pamuk como un grande de nuestro tiempo, alguien que merece ser leído más allá de sus problemas extraliterarios o la privilegiada situación geopolítica de su país.

Tuesday, October 25, 2005


DE BLOGS Y LITERATURA

La aparición de un medio produce siempre sacudidas apocalípticas en el mundillo literario. Hace más de cien años, la llegada del cine a América Latina fue recibida por los escritores modernistas con una mezcla de entusiasmo y ansiedad. Entre los que pensaban que se avizoraba el fin de una época se encontraba el mexicano Amado Nervo, quien en una crónica de 1898 escribió que las nuevas tecnologías de la época producirían un resultado contundente: “no más libros; el fonógrafo guardará en su urna oscura las viejas voces extinguidas; el cinematógrafo reproducirá las vidas prestigiosas…”
Un nuevo medio, una nueva tecnología, no significan necesariamente la desaparición de otros medios y otras tecnologías. Lo que producen es una reconfiguración de la ecología mediática y del paisaje tecnológico que nos rodea: no es que, como en la canción de Los Bugles, el video asesine a la estrella de la radio, pero sí la puede marginar (la estrella se torna irrelevante si no se adapta a las nuevas reglas de juego y se “mediatiza”). También se produce un diálogo tenso pero estimulante entre los medios: escritores como Faulkner y Joyce –dueño del primer cine en Dublin-- incorporan a su escritura procedimientos narrativos derivados del cine, poetas como Apollinaire y Octavio Paz experimentan con la tipografía de las máquinas de escribir (a la inversa, el cine también aprende de la literatura: la concisión del diálogo de las películas noir la descubrieron los guionistas en los cuentos de Hemingway).
La aparición del internet ha hecho que se reinvente nuestra ecología mediática. Los niños hoy prefieren el internet a la televisión. Pese a lo que decían las voces agoreras de la cultura, el libro electrónico no se ha consolidado: su venta ha fracasado incluso con autores comerciales como Stephen King. De hecho, el soporte tradicional del libro está más vigente que nunca. Se lee en promedio menos que antes, pero, gracias al e-mail, al chat y a los blogs, se escribe mucho más que antes. La cultura literaria, poco a poco, va encontrando su espacio en la red. Por un lado, está lo más clásico: los sitios de escritores en los que se escuentra disponible un archivo de textos ocasionales, fotos, críticas y algunas rarezas (en clubcultura.com se encuentran reunidos más de veinte sitios de escritores, entre ellos Julio Cortázar y Juan Rulfo). También hay sitios donde se pueden bajar novelas y cuentos, sobre todo los clásicos: una noche antes de una clase de literatura latinoamericana del siglo XIX, descubrí que había dejado en la oficina el libro donde se encontraba “El matadero”, de Esteban Echevarría. Una búsqueda en internet me permitió solucionar el problema con rapidez, y descubrir, de paso, elaleph.com, “donde los libros son gratis”, que se jacta de tener casi tres mil títulos para descargar en castellano.
Por otro lado, el internet ya ha influido en la creación de ciertos textos literarios. En el mundo anglosajón han sido publicadas varias novelas en formato de e-mail y chat; en español, en este momento sólo se me ocurre una, “La ansiedad” del argentino Daniel Link. Para que estas versiones contemporáneas de la novela epistolar adquieran prestigio literario se necesita que alguien escriba una obra del nivel de “Las amistadas peligrosas” en chat y/o e-mail. También han aparecido novelas que trabajan el impacto del internet en la vida cotidiana, como “Ático”, del español Gabi Martínez, que gira en torno a los juegos virtuales. Pero la literatura no sólo acompaña el devenir de la red; en cierta forma, la imaginó antes de que se tornara realidad. Lo prueban textos como “El jardín de senderos que se bifurcan”, ese cuento perfecto de Borges acerca de universos proliferantes , y, en la ciencia ficción, la novela “Neuromancer”, del canadiense William Gibson.
La estrella literaria del internet hoy es el blog. El blog es una bitácora de viaje en la blogósfera, un espacio textual que tiene algo del diario, del cuaderno de apuntes, de la crítica literaria, de la columna de opinión, del microrelato, del epigrama y de cuanto uno quiera añadir: el blog amenaza con suplantar a la novela como el gran género en el que cabe de todo. Gracias a la aparición de un nuevo soporte tecnológico estamos asistiendo, en “tiempo real”, al nacimiento de un nuevo género literario. La crónica ha sido en América Latina, desde fines del diecinueve, uno de los géneros privilegiados de nuestra modernidad, capaz de darnos muchísimos textos clásicos –estoy pensando en las crónicas norteamericanas de Martí, en las de Gutiérrez Najera--; hoy tiene grandes continuadores como Monsiváis y Pedro Lemebel, a través de periódicos y libros, pero quizás el verdadero capítulo contemporáneo de la crónica lo estén escribiendo en el internet los autores de blogs.
Hay blogs de todo tipo: los que son texto puro, los que juegan con formatos audiovisuales, etc. Están los blogs estrella, como, en el caso de España, el Javier Arce, que mantiene este diario personal en varios idiomas, con textos sacados tanto de Lucrecio como de Kerouac y los diccionarios; o el que lleva Arcadi Espada. El blog de Espada tiene tanto prestigio que ha sido premiado con… su publicación como libro tradicional. También están los blogs de escritores como Iván Thays–, con enlaces a suplementos de periódicos, notas sobre lo que Thays está leyendo y polémicas literarias-- y Cristina Rivera Garza–, escrito en un tono de diario de confesiones íntimas. Y, por supuesto, están los blogs de críticos como Idelber Avelar y Gustavo Faverón, chicos talentosos que acaban de publicar su primer libro, como el peruano Luis Hernán Castañeda, o autores inéditos como el boliviano Miguel Esquirol.
Estos autores están descubriendo que no necesitan de los libros para llegar a muchos lectores. El modesto blog de Esquirol, por ejemplo, tiene alrededor de ciento cincuenta lectores diarios: muchos más que los tienen algunos escritores de mi generación (me incluyo). Queda claro que para buscar buena (y mala) literatura ya no son suficientes las librerías y las bibliotecas.

Sunday, October 23, 2005

ACTUALIDAD DE THOMAS BERNHARD

Hace un par de meses, durante la presentación de su nueva novela, Javier Marías comentó que los dos autores que más lo habían influido en los últimos años habían sido Thomas Bernhard y W. G. Sebald. Fue en esa misma época que la editorial Siruela decidió reeditar, actualizada, la biografía de Bernhard escrita por su magnífico traductor al español, Miguel Sáenz. Poco después, en enero, la Comédie Française anunció la inclusión en su repertorio de la más controvertida de las obras de Bernard, Heldenplatz (Plaza de los Héroes). Y por ahí me comentan que un ambicioso proyecto editorial en Austria está publicando las obras completas de Bernhard en veintidós volúmenes. A quince años de su muerte, el escritor austriaco está por todas partes. Y se ha producido, con él, ese extraño fenómeno de absorción de lo incómodo del que ya tenemos tantos ejemplos: el gran odiador de Austria es, ahora, un gran prócer de la literatura austriaca, alguien que uno, sin ruborizarse, puede mencionar en la misma frase junto a escritores de la talla de Schnitzler y Musil.
En la biografía de Sáenz se aprende que Bernhard nació en 1931 en Holanda, aunque siempre se consideró, en sus propias palabras, “sólo, sólo austriaco”. No conoció a su padre y tuvo una relación conflictiva con su madre. La persona que más lo marcó durante su infancia fue su abuelo materno Johannes Freumbichler, un anarquista que, a diferencia de muchos austriacos, odió siempre a los nazis. El abuelo encarnaba lo que Bernhard hubiera querido ser: “un creador infatigable, un marginado, un intelectual entregado a la literatura y cuya vida se justifica por ella”. Freumbichler llegó a ganar el premio nacional de literatura austriaca, y aunque hoy ha sido completamente olvidado, Sáenz nos recuerda que su figura reaparece variadas veces en la obra de su nieto: Strauch en Helada, Caribaldi en La fuerza de la costumbre, y “todos los científicos, literatos y filósofos embarcados en empresas desesperadas a las sacrifican su vida”.
Bernhard vivió la infancia y la temprana adolescencia en el mundo rural y conservó ese período como su paraíso perdido. A los trece años se fue a vivir en Salzburgo. Alguna vez Vargas Llosa escribió que tenía con el Perú una relación de amor/odio, y que éste era el mejor tipo de relación que un escritor podía tener con su país. Bernhard nos convence que la relación odio/odio con una ciudad y un país no es menos creativa y estimulante. En su libro autobiográfico El origen, Bernhard escribe sobre Salzburgo: “Todo en esa ciudad está en contra de lo creador… la hipocresía es su fundamento, y su mayor pasión la falta de espíritu… Salzburgo es una fachada pérfida, en la que el mundo pinta ininterrumpidamente su falsedad… Mi ciudad de origen es en realidad una enfermedad mortal”. Ya sabemos que los extremos se tocan y que la fuerza de ese odio puede ser también una forma de amor. Porque, ¿qué habría sido de la obra de Bernhard sin su odio virulento hacia Salzburgo o Austria?
Bernhard estudió violín y canto en Salzburgo y algunos especulan que la calidad de su voz podía haberle dado algún futuro en el mundo de la ópera. En 1948, sin embargo, un resfrío mal curado interrumpirá sus estudios, terminará en tuberculosis y lo convertirá en un hombre enfermo por el resto de su vida. Bernhard padeció de sarcoidosis, un enfermedad que ataca al sistema linfático y a los pulmones. Se puede leer la insuficiencia respiratoria con la que Bernhard convive en la forma que toma su prosa, una secuencia de frases en las que prácticamente el punto aparte jamás es usado. Un ritmo musical, sí, en sus recurrencias y repeticiones, pero también el ritmo claustrofóbico, agobiante, de un hombre al que le cuesta respirar.
Bernhard comenzó como poeta a finales de los años cincuenta, pero una reseña negativa a una de sus obras lo apartó de la poesía. Se concentró, entonces, en el teatro y en la novela. En 1963 publicó su primera novela, Helada, que le deparó un par de premios importantes y lo puso en la primera fila de la narrativa escrita en alemán. En 1968 recibió un premio del Estado austriaco, y su discurso de agradecimiento provocó un escándalo. Entre 1975 y 1982 publicó los cinco libros que componen su autobiografía. Esos libros –El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño— son considerados hoy como cumbres de su obra, junto a novelas como Corrección, Trastorno y La calera. En noviembre de 1988, tres meses antes de su muerte, se estrenó su última obra teatral, Heldenplatz. Heldenplatz es la trsitemente célebre plaza vienesa donde, en marzo de 1938, cien mil austriacos se reunieron para vitorear a Hitler y celebrar la anexión de Austria por parte de Alemania. En la obra, Bernhard llama a Austria “una cloaca sin espíritu ni cultura” y escribe: “el odio al judio, el trazo más característico de la naturaleza austriaca”. El presidente Kurt Waldheim, ex-nazi, pidió que la obra no se la representara en un teatro oficial; el ministro de Exteriores quiso que se la prohibiera; cuatro actores se retiraron del proyecto antes del estreno. Cuando se desató el escándalo, Bernhard ya sabía que iba a morir; fiel a sí mismo, en vez de retractarse, añadió a la obra algunas frases “aún más abominables”.
En la biografía de Sáenz uno se puede enterar de su personalidad contradictoria: odiaba a los niños, pero era muy cariñoso con ellos; se creía un hombre de ciudad, pero vivió gran parte de su vida aislado en el mundo rural (su casa en Obernathal se ha convertido en un lugar de peregrinación); era solitario, pero no le gustaba la soledad. Su única pareja estable fue Hedwig Stavianicek, una mujer treinta y siete años mayor que él, y le fascinaban los amigos de la alta aristocracia; era un fetichista del calzado fino y se encontraba a gusto en España, en especial en Palma de Mallorca.
Javier Marías fue el descubridor de Bernhard en España; en un artículo publicado en 1977, Marías pide que sus obras sean traducidas al castellano. El primer informe en el que se le recomienda a Alfaguara toda la publicación de la obra del escritor austriaco es del mismo Sáenz, quien luego se convertiría en su principal traductor al español. La influencia de Bernhard, por cierto, se encuentra en Marías, cuyos personajes tienen una relación cada vez más crítica con España. En cuanto a autores latinoamericanos, se puede mencionar a Horacio Castellanos Moya (El asco: Thomas Bernhard en San Salvador es un gran homenaje), Ricardo Piglia (un personaje de Respiración artificial traduce a Bernhard), y, por supuesto, a Fernando Vallejo, cuyas diatribas contra Colombia se entienden mucho mejor después de haber leido a Bernhard. La lista es amplia, y no hay duda que continuará ampliándose.